Algo así como un orgasmo cognitivo es lo que experimenté mientras leía el Marco Común Europeo para las Lenguas.
No se trata de una novela erótica ni de un best seller. Ni de otro género literario a raíz del cual fuese quizás esperable escuchar una expresión como esta. Por el contrario, es un texto técnico que habla sobre la enseñanza y aprendizaje de idiomas y que fue publicado por el Consejo Europeo en 2001. Sin embargo, al revisarlo me sentí cautivada, profundamente atraída y se despertó en mí la misma pasión que me llevó a escribir esta columna.
Mientras lo leía, fui recordando experiencias e ideas que estaban ancladas en mi mente y que comenzaron a brotar como un géiser. A medida de que esos recuerdos se activaron, comencé a comprender toda la nueva información que estaba incorporando por medio de la lectura.
El constructivismo piagetiano explica este proceso a través de los conceptos de asimilación y acomodación. El primero se define como el mecanismo a través del cual las estructuras mentales se modifican en la interacción con el medio ambiente, mientras que el segundo se entiende como el recurso empleado para que la nueva información pueda ser almacenada en estructuras ya existentes. Desde este paradigma cognitivo -posterior al conductismo y basado en los esquemas mentales-, tanto la acomodación como la asimilación son estrategias que nos permiten equilibrarnos en la interacción con el medio ambiente. Estos procesos serían la base del aprendizaje significativo, del aprendizaje profundo y de otras palabras de moda cargadas de profesionalismo educativo e investigación. En psicología le llaman insight, mientras que en registro coloquial lo conocemos como “alcachofazo”, “caída de ficha”, “chaucha” o “teja”. Yo prefiero crear la metáfora del orgasmo cognitivo, porque me embargan emociones muy placenteras cuando logro experimentarlo, y lo he visto también en otras personas cuando comprenden algo que les hace sentido y quieren ponerlo en práctica.
Sin embargo, esta observación respecto al placer de aprender no se extiende a niños y jóvenes. Por el contrario. Existe una sensación de que se trata de un grupo que está poco motivado por aprender. Esta especie de anhedonia cognitiva podría ser la responsable de que la experiencia escolar y universitaria provoque poco o ningún placer cognitivo y, por tanto, aprendizajes de menor calidad. Y más grave aún; pareciera ser que las malas experiencias educativas fueran suficientes para erradicar de por vida el disfrute por aprender, tanto dentro como fuera del ambiente educativo formal.
Algunas de las posibles razones de esta falta de motivación y, por ende, de disfrute, están en las vivencias previas de los estudiantes, ya sea el estrés que provocó una mala enseñanza, el exceso de calificaciones, castigos o humillaciones.
Alguna necesidad educativa o apoyo técnico-pedagógico que no se tuvo, falta de dedicación o la ausencia de un método propio de estudio, podrían ser suficientes para generar algún bloqueo cognitivo o desinterés por aprender.
Otro aspecto relevante a considerar es que aprender es una capacidad innata, muy anterior a cualquier sistema político, educativo y diferente a la educación. Entre seres humanos, sentir placer al aprender no es un privilegio, tampoco es un derecho. Sin embargo, cuando la sociedad instrumentaliza el aprendizaje y lo supedita sólo al sistema educativo, todo intento se asume como un medio para obtener resultados externos como títulos, puntajes, calificaciones, justicia, paz, movilidad u orden social. No hay institucionalidad que aguante un mandato tan amplio sin perder o sacrificar su supuesta esencia. Esto explicaría por qué actualmente es más importante enseñar que hacer que nuestros estudiantes aprendan y disfruten de estas experiencias.
En lo personal, como profesora, esta incongruencia hace que cada vez sienta menos interés por enseñar, pero más interés por aprender.
Además de la instrumentalización de la capacidad de aprender, la explosión de información que las redes sociales —en plena era del conocimiento— vinieron a darnos, hizo posible acceder a cosas que antes era impensado conocer. También vinieron a restarle pasión al aprendizaje verdadero. Aunque las aplicaciones y redes sociales nos permiten acceder a mucha información procesada por alguien y convertida en tip, estas supuestas verdades u opiniones disfrazadas de hechos no sustituyen la experiencia de aprendizaje real.
¿Pololear por internet podría sustituir o igualar una relación de pololeo análogo? Seguramente, la relación a distancia tarde o temprano se enfriará. En otras palabras, aunque la gente vea videos en TikTok y crea saber mucho de salud humana, eso no asegura el fin de las enfermedades ni implica que tengan una salud significativamente mejor. Así mismo, ver videos de recetas no implica que uno logre cocinar todo aquello que mira a través de la pantalla. Se necesitarán de las medidas correctas, ingredientes de calidad, utensilios apropiados, tiempos y temperaturas correctas, técnicas, práctica. Por eso, recibir información o instrucción sobre un tema no implica necesariamente que se aprenda. Y es porque este contexto no considera la multiplicidad de ambientes o factores personales que influyen en el proceso de aprendizaje, como tampoco asegura la práctica requerida, ni supone una evaluación del proceso o un feedback. Y es que el aprendizaje es lo que ocurre en ese espacio entre la información y un cambio de conducta. Esa explosión entre los procesos de asimilación y acomodación.
Urge contar con familias que no instrumentalicen el aprendizaje ni lo deleguen por completo a la escuela, ni menos a las redes sociales o aplicaciones. Por el contrario, se requiere de familias que provean a sus hijos de experiencias previas que faciliten el posterior aprendizaje escolar, ya que las escuelas no son infalibles y el sistema también falla.
De no ser así, el aprendizaje dejará de ser estimulante y será una capacidad humana cada vez menos utilizada. Y así, parafraseando a Yuval Harari, historiador y autor Sapiens: Una breve historia de la humanidad, tal vez se avecine una dependencia de las grandes masas hacia quienes hagan el trabajo de aprender por otros: grupos específicos de personas que mantendrán sus capacidades versus máquinas que simulan el cerebro humano. Porque la naturaleza es sabia; y lo que no se usa, desaparece.