Diego Vargas

¿Por qué necesitamos de las teorías?

22.04.2024
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El barrio viñamarino en el que crecí, viví buena parte de mi vida y el que todavía es el lugar donde viven mis familiares fue arrasado por el fuego en la tragedia de febrero. Aquel día experimenté lo que es una ciudad en caos. Nadie sabía qué hacer o a quién dirigirse. Solo reinaba el instinto de supervivencia y la búsqueda desesperada de refugio en cualquier lugar que pareciera seguro. A la falta de orientación, se sumó el corte de luz, el apagón de los semáforos y la caída de las comunicaciones.

Rápidamente, la tragedia dio lugar a distintas hipótesis sobre su origen, especialmente en torno a la supuesta intencionalidad. Pareciera que en corto tiempo se había comprendido todo y que en pocas horas ya estaba toda la información relevante para un juicio acabado. La rapidez, tanto como la necesidad de elaborar alguna teoría sobre la intencionalidad del incendio, da para pensar: ​¿por qué a contar de una catástrofe se producen teorías tan diversas? 

Lo primero: la mente no funciona sin un orden. Los seres humanos requerimos de modelos que den sentido a las experiencias vividas; o sea, de teorías que integren distintas informaciones, conceptos y percepciones en un mismo marco de pensamiento. Sin ese ordenamiento, lo que tenemos es confusión y la sensación de incertidumbre. A partir de entonces, empezamos a barajar hipótesis, porque algo sucede y no saberlo nos disgusta.

Pero el asunto no se trata de elaborar teorías al azar, sino de la veracidad y confiabilidad que éstas ofrecen. Podemos crear infinitas hipótesis, pero solo alguna  — si es que— llegará a ser una teoría realmente validada y filtrada mediante algún desarrollo científico. 

Pensar científicamente no es un procedimiento unidireccional, como si se tratase de una receta, es más bien un compromiso con el proceso de elaborar y justificar una teoría. Este modo de razonar incluye una metodología donde se hace necesario chequear la evidencia disponible, definir con claridad un marco conceptual y aceptar y estar abiertos a evaluar más de una hipótesis. Solo así es probable alcanzar una teoría confiable que explique los fenómenos que nos rodean. 

Pensar científicamente también supone aceptar la incertidumbre, y que a veces es posible no contar con respuestas acabadas. Como la información es, por lo general, incompleta, o la capacidad de experimentación suele ser limitada, las teorías científicas se establecen con grados de error y siempre están en constante revisión. Cuando el pensamiento se cristaliza y se deja de lado un cierto nivel de escepticismo, significa que nos hemos alejado de la ciencia. Karl Popper lo dijo mejor: “Lo que sí debemos al método científico es la conciencia de nuestras limitaciones: No ofrecemos pruebas allí donde nada puede ser probado, ni pretendemos ser científicos donde todo lo que puede darse es, a lo sumo, un punto de vista personal”.

El permanente grado de incertidumbre, que es una virtud de la ciencia, es una limitante y una frustración fuera de ella, donde prima el deseo humano de obtener explicaciones acabadas. Aquí es donde las pseudo-teorías científicas o las conspiraciones encuentran espacio: al llenar los vacíos que el pensamiento racional sabe que no puede completar. 

Siempre quisiéramos ofrecer a nuestros pares una explicación certera, una respuesta precisa, otorgarles la satisfacción del entendimiento. Pero hay veces en que simplemente no podemos y es mejor aceptarlo. 

Las teorías (conspirativas o mal formuladas) se organizan en un esquema que parece lógico y coherente, brindándonos la seguridad de suplir las lagunas generadas por la falta de información o de confianza en las instituciones. Pero una mala teoría puede ser más dañina que no tener una. Para hacer las cosas bien, requerimos más análisis crítico y científico, y suspender por un momento nuestras convicciones preconcebidas.

Ante los incendios, tal vez la única certeza que nos queda es que debemos equiparnos y prepararnos mejor frente a las catástrofes. Por ahora, no hay evidencia sustantiva sobre quién inició el fuego y, por tanto, las teorías sin base solo generan ansiedades y miedos en quienes fueron afectados. Solo el tiempo y las investigaciones entregarán respuestas.

Escrito por

Es doctor en Ciencias, con mención en Física. Actualmente se dedica a la divulgación científica, y es investigador y académico en la Universidad Mayor.

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