Nicolás Valencia

La historia de la isla Contadora en Panamá

24.04.2024
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“El ferry ya está en la isla Saboga”, le escribo por Whatsapp a alguien llamado Omar. “Llegaré en 15 minutos. Yo estoy de gorra blanca, shorts negros y guayabera floreada”, agrego.

Estoy en un ferry en medio del océano Pacífico, donde se desperdigan las islas de Panamá bañadas por el mar turquesa. Olas suaves, corrientes cálidas y cielo azul. Cardúmenes ágiles, tortugas lentas y ballenas enormes. Al llegar a la isla Contadora, el ferry llega al muelle, y sube a un terraplén. Arriba diviso a alguien de gorra negra que me hace señas con una mano y grita mi nombre. Es Omar.

Fernando, un amigo panameño que me sugirió visitar esta isla, me pidió ir a una casa que acababan de construir aquí para darle mi opinión. Acepté y me dio el número de Omar, quien ahora me lleva arriba de una mula—un carrito de golf— por una calle llena de tierra. No sé cuál es la relación de Omar con Feña, como le dicen a Fernando, pero Omar sabe dónde llevarme. La velocidad de la mula hace que nos pegue una brisa fría en la cara mientras me aferro a una manilla invertida del carrito. Subimos y bajamos breves colinas entre palmeras, humedad y plantas cuyo nombre no sé. Todo es verde, grande y frondoso. Casas lujosas y horizontales cuyos techos se asoman por sus muros perimetrales, mientras las palmeras y enredaderas se asoman a la calle. Hay sitios libres aún y, entre ellos, una pequeña plaza ya absorbida por la naturaleza.

“Esa es la escultura del fundador de la isla”, me cuenta Omar indicando el busto de bronce de un hombre común y corriente; robusto y bigotudo, mientras conduce con la mano derecha, manteniendo el pie en el pedal. “Yo le trabajo al hijo de él”, me dice.


La historia institucional cuenta que a fines de los años sesenta, durante una jornada de pesca; Casimiro, el yate del empresario Gabriel Lewis Galindo, se averió y ancló en las costas de la Contadora, una de las 39 islas que integran el Archipiélago de las Perlas frente a Ciudad de Panamá. Y Gabriel se enamoró, o bien, olió un buen negocio. O ambas. Y compró las 110 hectáreas de la isla al estado panameño en 1968, una estrategia que otras familias poderosas imitarían más adelante.

Lewis Galindo construyó una mansión para su familia —el Búnker— y convirtió la isla en un destino turístico de lujo. En 1970, de la mano de inversionistas españoles y colombianos, levantó el Hotel Contadora Resort and Casino, iniciando dos décadas de prosperidad en la pequeña isla.

A Contadora solo se podía llegar en helicóptero privado desde la Ciudad de Panamá en 20 minutos, aterrizando en una pista que cruza la isla, ensanchándola de norte a sur, como un tubo que estira una tela. Entre las 1.520 islas de Panamá, esta comenzó a atraer al jet set latinoamericano y estadounidense: Sophia Loren, Elizabeth Taylor, Julio Iglesias, John Wayne y Cantinflas, entre otros.

Lewis Galindo no solo fue empresario, sino también diplomático y político. El mismo año que se encontró con la isla, un golpe de estado ungió al militar Omar Torrijos como presidente de Panamá. El empresario fue uno de los primeros hombres de la oligarquía en acercarse a Torrijos—el dictador que dictaba leyes desde su hamaca— y se convirtieron en grandes amigos.


Dos semanas después de la independencia de Panamá en 1903, los representantes de Estados Unidos y el nuevo país firmaron un acuerdo internacional para la construcción del Canal de Panamá, retomando un fallido proyecto francés. El costo del tratado Hay-Bunau Varilla para la nueva nación fue altísimo: no solo implicó la concesión a perpetuidad del canal, sino también la expropiación de tierras y propiedades, además otorgó una franja de 10 millas de ancho donde Estados Unidos ejerció soberanía, declarándose territorio no incorporado, tal como Puerto Rico. Así, para cruzar desde la capital panameña a ciudades occidentales como David o Arraiján, legalmente había que cruzar por territorio estadounidense. En una entrevista a fines de los años setenta, Torrijos comentó:

Uno decía: “Soy panameño”, y no faltaba alguno que nos miraba como diciendo: “Ah, sí, hijito de los gringos”. 

A fines de 1969, Torrijos nombró al político Demetrio B. Lakas, presidente de la Junta Provisional de Gobierno, mientras él ejercía el rimbombante cargo de líder máximo de la Revolución Panameña. Entre sus objetivos estaba la recuperación de la soberanía del canal de Panamá. 

En febrero de 1974 se firmó el Acuerdo Tack-Kissinger en Panamá y ese mismo año, Lewis Galindo fue nombrado embajador plenipotenciario del país istmo y en 1977, tras las elecciones estadounidenses donde ganó el demócrata Jimmy Carter, fue designado embajador en Washington en la etapa final de las negociaciones.

El búnker en la isla Contadora fue el lugar donde el empresario y el militar gestionaron la campaña internacional para recuperar el canal. Aquí también armaron la estrategia, en 1974, para crear la Unión de Países Exportadores de Banano, un cartel creado a semejanza de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, buscando lograr un mejor precio de venta al oligopolio comercial norteamericano de esta fruta. En 1979 el Sha de Irán fue alojado en una casa isleña de Lewis Galindo tras su derrocamiento en ese país. Aquí también los gobiernos de México, Colombia, Venezuela y Panamá unieron fuerzas para lograr la paz centroamericana con el Grupo de Contadora en los años ochenta. 

Sin embargo, más allá del pequeño busto de Lewis Galindo en esa plaza, un intento urbano en una isla aún dominada por la selva; no hay rastros de esa historia en la Contadora.


Actualmente la isla recibe turistas comunes y corrientes: familias locales, gringos y curiosos. La mayoría llega en el ferry de la mañana, arrienda una mula y la recorre antes de regresar a Panamá en la tarde. 

A orillas de la playa Larga de la isla Contadora, yace un catamarán originalmente blanco, de unos 30 metros de largo. Su base está enmohecida y grafiteada. Su esqueleto arroja una sombra negra impecable en la arena blanca. Frente a ella, mirando hacia el interior de la isla, están las ruinas del Hotel Contadora Resort and Casino, rodeado de palmeras ya más altas que sus tres pisos que resisten el color damasco del que alguna vez fue pintado.

Según Omar, ese fue un yate de narcotraficantes, pero la verdad es que fue un catamarán turístico llamado “Las 7 Perlas”, que, al igual que la embarcación de Lewis Galindo, sufrió una avería que nadie reparó. Hoy es una ruina atractiva, un elemento misterioso que refleja la opacidad en la que vive la isla. La brisa marina sopla sus telas que aún cuelgan del techo interior y el sol brillante la ilumina matizando su tristeza.

Al final de nuestro recorrido, mientras Omar maneja la mula, conversa por altavoz con un amigo colombiano a quien intenta convencer de trabajar en la isla. Un patrón necesita una persona en su casa. “Sería ideal que seas tú, eres soltero”, le dice. “Al patrón no le gustan que vengan con familias. Él gestiona la visa. Paga 600 dólares mensuales y no tienes que pagar casa, ni cable, ni internet”, insiste.

Omar, al igual que todos los otros empleados y mayordomos de la isla, vive en casas que los propios magnates construyeron para la población flotante. Él me invita gentilmente a visitar la suya. Nos estacionamos frente a una serie de casas blancas con techo a dos aguas para hacer frente a la constante lluvia de la zona. Un pasillo hormigonado las une a todas. Todas las ventanas están cerradas y las persianas abiertas para que entre la luz brillante, pero no la humedad que todo lo aplasta. La casa está bien equipada: sala de estar, comedor, una cocina amplia y dos habitaciones. Una para Omar y su pareja, a quien conoció en Manizales, y otra para su hija, quien recostada en su cama, ve algo en su tablet con audífonos, casi a oscuras y con aire acondicionado para aguantar el calor. En una esquina del living, hay una mesita de madera con distintos licores, desde tequila a ron. “Aquí quien busca rumba, no encontrará”, me cuenta Omar. “Por eso las personas no aguantan mucho”. Ellos ya llevan medio año. “A mí me gusta la vida tranquila, estar con mi mujer, ¿sabe?”, agrega.

“Es un destino soñado, pero en una isla, con tanta historia, poco hay que hacer”.

Escrito por

Arquitecto. ue jefe editorial del ArchDaily, el sitio web de arquitectura más leído del mundo. Fue reconocido con el Premio Arquitecto Joven 2022, y ha publicado dos libros: #XFORMAS (2022) y Enjundia (2023).

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