Mariana Kersz

Lo que dicen de nosotros los problemas en la vida sexual

22.06.2022
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Alguna vez, estoy segura, habrán escuchado la frase “Lo que no se pone en palabras, se pone en el cuerpo”. Ya hace más de un siglo, Sigmund Freud describía la tendencia general de la formación de síntomas en la neurosis obsesiva: “Consiste en procurar cada vez mayor espacio a la satisfacción sustitutiva a expensas de la frustración“. El resultado es “un yo extremadamente limitado que se ve obligado a buscar sus satisfacciones en los síntomas”.

Y es que ante los intentos frustrados por limitaciones propias de alguna situación, como por ejemplo un despido, un duelo, una pérdida, una mudanza, las personas generamos síntomas, que por muy desagradables, generan menos malestar que la frustración en sí, como lo son el insomnio, la apatía emocional, las dificultades digestivas o el dolor de cabeza. Un lenguaje no verbal donde el contexto se manifiesta en el cuerpo, que comienza a absorber todo aquello que no se puede poner en palabras.

¿Cómo se constituye un síntoma en la vida sexual? ¿Por qué de tantas posibilidades justo aparece uno que afecta la calidad del placer que damos o recibimos en la intimidad?

Pensemos en los síntomas de la sexualidad como un gran iceberg. Por encima de la superficie del mar, vemos aquello que nos molesta: dificultades en el deseo sexual, problemas para lograr buenas erecciones o inconvenientes al momento de llegar al orgasmo. Sin embargo, al analizar solo la cima, se tiene una mirada sesgada y reduccionista, pues debajo de esta superficie existe una multiplicidad de factores y elementos entrecruzados y puestos en juego: escasa o nula educación sexual, miedos, tabúes, ansiedad, inseguridad, baja autoestima, dificultades relacionales y un sin fin de etcéteras. Cada síntoma esconde, silenciosamente, un cúmulo de problemáticas y es ahí donde comienza la función del terapeuta, que es poner en palabras lo que no está dicho.

Paul Watzlawick, una de las figuras clave en la psicoterapia del último siglo, afirma -en uno de los axiomas de la comunicación- que no es posible no comunicar. Así como no existe un “no-comportamiento” o una “no-conducta”, tampoco puede existir una “no-comunicación”. Y en esta imposibilidad para no comunicar, es donde el rol de sexóloga me lleva a hacer una lectura empática y asertiva de lo que cada persona o pareja necesitan en cada momento determinado.

Hace poco llegó a mi consultorio una pareja heterosexual, de personas jóvenes. Me contaron que habían decidido abrir la relación y que estaban conformes con eso. Sin embargo él, entre risas, dijo: Por suerte es una relación abierta, sino no funcionaríamos. Habían decidido replantear los términos de la pareja para poder tener satisfacción sexual fuera de este vínculo, porque él no tenía buenas erecciones y ella estaba anulada en su deseo sexual. Esas fueron las primeras señales de alerta. Y nos detuvimos ahí para entender cómo se habían construido estos síntomas que hacían disfuncionales los encuentros.

Cuando un paciente llega al consultorio y comienza a relatar su malestar, en esta demanda inicial en la psicoterapia a veces no se encuentra un problema, sino una queja. Y es justamente con ayuda del terapeuta que se logra construir un motivo de consulta y sacar a la persona de la mera catarsis. Todo eso ayuda a identificar los primeros síntomas. Por ejemplo, no es lo mismo escuchar una queja: “Mi marido me parece muy insistente, ya no se como decirle que no”, a poder expresar un problema: “Tengo dificultades para encontrarme con mi propio deseo y no encuentro la manera de satisfacernos con mi pareja”. Si bien la queja tiene una organización y una lógica interna que hay que escuchar, es relevante reorganizar ese relato para poder tomarlo y empezar a trabajar en él. Problematizar la queja ayuda a entender cómo ayudar a la o las personas que llegan al consultorio buscando alivio a su malestar.

Así, cuando ya teníamos ese diagnóstico un poco más determinado con la pareja -fuera de la queja-, pasamos a entender las soluciones intentadas para aplacar estos síntomas. Me contaban que habían ido a hoteles de alojamiento, generar salidas diferentes, ir a bares de intercambios swinger, ver películas porno, pero, según ellos: “Nada funcionaba”. Por eso, decidieron abrir la relación y, al contrario de lo que creían, eso empeoró el vínculo. Ella comenzó a dejar de sentir atracción por él y él presentaba erección con otras mujeres, pero no con ella, afectando su autoestima y amor propio.

Es decir, las soluciones fueron fallidas al ser altamente ineficientes, generando aún más frustración en la pareja.

Eso nos habla de la circularidad del problema. Por ejemplo, si una persona padece de eyaculación precoz, puede apelar a hacerse un té de hierbas para ver si con eso mejora, auto estimularse antes de cada encuentro sexual, automedicarse, evitar tener relaciones durante un determinado tiempo, dejar de tener vida social con potenciales parejas sexuales, hacer únicamente terapia psicológica o ir a un urólogo alguna vez. Sin embargo, todo esto puede fallar porque se está viendo la realidad con una mirada sesgada. Evaluar sólo la cima del iceberg no permite ver el conflicto complejo de ansiedad sexual en su totalidad, sino únicamente el malestar; su consecuencia.

Justamente en las soluciones intentadas fallidas o fracasadas esto es lo que prima: el intento de dar solución a un conflicto que no hace más que generar una propuesta neguentrópica. Es decir, correctora, pero que no llega a hacer efecto y genera más rigidez y mayor grado de resistencia en el eje del conflicto. Así, la persona con eyaculación precoz directamente empieza a dejar de querer salir de su casa, conocer nuevas personas y, con eso, baja su nivel de deseo sexual, afectando gravemente su autoestima.

En el caso de la pareja, ante estas soluciones intentadas fracasadas, ambos decidían -con rigidez- posicionarse en la idea de abrir la relación como la solución definitiva a sus conflictos, sin ver que esto, en realidad, los empeoraba. Repensar la relación en estos términos puede ser una alternativa para aquellas personas que lo deseen, pero nunca para dar alivio a un conflicto sexual dentro del vínculo, sin antes pedir ayuda profesional. Aquí el proceso terapéutico debe estar orientado a buscar que ambos puedan crear un ambiente no exigente, relajado y sensual que permita el natural despliegue de la respuesta sexual, comunicando abiertamente sus deseos y sentimientos. 

Mi función en este síntoma de la pareja (no de uno ni de otro, sino del vínculo), es dar soluciones concretas y específicas entendiendo desde el modelo cognitivo, constructivista e integrativo que las respuestas emocionales y conductuales de una persona están medidas por su percepción y por la interpretación que hace de un estímulo. No es llamativo, en este contexto, que él tuviese excelentes erecciones masturbándose o teniendo sexo con otras personas, pero no con ella, y que ella estuviese muy a gusto en su deseo con otros, pero no con él. El uso integrado de los ejercicios sexuales y de las técnicas psicoterapéuticas hacen fundamental ir por el caso a caso, por la singularidad de la escucha de cada uno de quienes llegan a la consulta.

Quizás sea esto lo que más valoro de mi profesión: el inmenso desafío artesanal de desarmar y desarticular cada síntoma. Esta es la verdadera tarea y función en la sexología: leer el idioma de cada paciente, el idioma de cada pareja. El lenguaje del cuerpo cuando duele y sufre, la lengua de lo que el paciente no puede ni sabe pronunciar. Llegar a acuerdos, dar tareas, indicar señalamientos: aliviar el padecer. Pero, por sobre todas las cosas, interpretar el idioma no hablado. El lenguaje de la sexualidad.

Escrito por

Mariana Kerz es sexóloga y autora del libro “Un Viaje al Placer”. Como psicóloga, se dedica a acompañar a personas a mejorar su calidad de vida en el ámbito sexual.

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