Como terapeuta he notado que, en ocasiones, el enfoque de la crianza respetuosa ha sido malentendido. Popularizado durante los últimos años, este modelo se basa en el respeto mutuo entre padres e hijos, considerando a los niños como seres individuales con sus propias necesidades, emociones y opiniones.
Así, busca establecer con ellos una comunicación abierta y empática, donde se escuche y valide sus sentimientos y pensamientos, motivándolos a contribuir activamente en la resolución de problemas. De esta manera, les permitimos pasar por todas las emociones, acompañados de nosotros, los adultos, quienes debemos estar disponibles para ellos. Sólo así estaremos promoviendo su bienestar emocional.
¿Y cuál es el objetivo de la crianza respetuosa? Por medio de este enfoque, se busca desarrollar a niños con criterio, que puedan poner límites (ya que a ellos también se los pusieron); promoviendo que no sean complacientes, sino empoderados. Se les enseña a ser resilientes y enfrentar los desafíos de manera constructiva: como oportunidades de aprendizaje.
Lo interesante es que, con esto, se logra algo que muchos padres y madres buscan de manera permanente y es la construcción de relaciones basadas en la comunicación abierta, el respeto mutuo y el entendimiento. Así, se fortalece la conexión entre padres e hijos en un ambiente de confianza y seguridad emocional.
Aunque suena bien en la teoría, en la práctica existe una confusión respecto a lo que significa la crianza respetuosa, interpretándola de manera errónea. Y es que muchas veces se cree que lo que busca este enfoque es el respeto hacia los niños, sin poner los famosos ‘límites’: es decir, dejándolos decir y hacer todo lo que ellos y ellas quieran. Así, los padres pasan a segundo plano en pos de una felicidad momentánea, de sus hijos e hijas; cayendo así en una crianza permisiva e incluso negligente, en ciertos casos.
Sin embargo, entrar en este círculo se puede entender a la luz de ciertos elementos, como por ejemplo, el miedo a ser confrontados o la falta de tiempo que muchos tienen en pos de otras responsabilidades, lo cual merma la atención que dedican a los niños.
La crianza respetuosa requiere de tiempo y dedicación para validar las emociones de nuestros hijos, modelar el comportamiento esperado y buscar alternativas en la resolución de problemas. En una sociedad que se mueve rápido y exige resultados inmediatos, pocas veces nos damos esos espacios tan necesarios para el desarrollo de nuestros hijos.
La crianza respetuosa implica actuar de manera distinta, lejos de la idea del autoritarismo que quizás algunos vivieron en sus casas y que apelaba a una relación vertical de padres a hijos. Romper ese modelo no es fácil. Y es el gran desafío que tenemos hoy como madres y padres en esta nueva generación.
¿Cómo llevar a la práctica este modelo?
Pensemos en compartir juguetes. Nuestros hijos no deben prestar absolutamente todo siempre. Si bien hay que enseñarles a ser generosos, debemos hacerles entender que no es necesario sacrificarse, ni pasar por encima de ellos mismos.
Con nuestros hijos sucede lo mismo. Si algún amigo de él o ella pide algo, como adulto le puedo decir: ¿Te parece si se lo prestamos en 5 minutos más? Y luego poner un cronómetro para medir el tiempo. O, en su defecto, podemos sugerir que busque algún otro juguete que sí quiera prestar al otro.
Lo mismo respecto al saludo. No deberíamos obligar a los niños a saludar de beso a familiares o amigos: eso sería transgredir su espacio personal e intimidad. Si eso los incomoda, no estaríamos siendo respetuosos. En reemplazo de esa conducta, le podemos decir que miren a los ojos a las personas, y saluden o despidan con su mano.
Un último ejemplo. Si es que mi hijo rayó las paredes, en vez de retarlo por su comportamiento, buscamos agua y jabón, y le explicamos que tiene que limpiar. Podemos ayudarle en esto, modelando así la acción que nos gustaría ver de su parte, diciéndole que eso no fue correcto, y abordando cuál es el comportamiento que esperamos.
Además, le mostramos donde sí puede pintar para que tenga claro el mensaje de lo que puede hacer, evitando cualquier tipo de confusión provocada por la prohibición.
Y es que, por ejemplo, si le decimos a alguien no corras, la imagen mental que inmediatamente se nos viene a la mente es justamente la de correr. Entonces, comunicar que se debe caminar despacio puede permitir ir modelando de mejor manera el comportamiento que esperamos.
En los tres ejemplos anteriores, podemos ver cómo validamos la experiencia de nuestros hijos, los acompañamos en el proceso y modelamos la regulación emocional; buscando soluciones y alternativas, manteniendo el límite de manera firme, en beneficio tanto del padre/madre, como del hijo.
No hay que olvidar que los niños necesitan límites claros y consistentes para estar tranquilos y seguros. Esto les proporciona estructura, permitiéndoles comprender las expectativas y desarrollar habilidades para la autorregulación.