Ivanna Donoso

Antes todo esto era puro balneario

22.02.2024
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Nada más bello que la estética chilennial del veraneo.

Me refiero al itinerario de bajar a la playa y extender tu toalla para almacenar, lentamente, calor en tu cuerpo. Con eso, también, uno juntaba valentía para meterse al mar y poner ese único pie en las gélidas aguas del Océano Pacífico. Sentir como el alma te vuelve al cuerpo y ese frío te cala los huesos, pero aún así entrar y quedarte ahí.

Secarse con el viento bajo un quitasol. Comer palmeras o manzanas confitadas con su rojo radiante y sin ningún sello que indique que es alto en azúcares, por lo tanto una delicia. Más de una vez se me cayó en la arena. Todo esto mezclado con olor a brisa marina y Rayito de sol. Entre medio de castillos de arena, juegos de cartas y paletas acompañados de un grito de ¡cuchufli barquillo! Las vacaciones en el litoral son un motivo de felicidad.

Recuerdo con nostalgia mis vacaciones de infancia con mi familia en la playa de Loncura, en Quintero. Porque antes del desastre ambiental provocado por la refinería de Ventanas, Quintero ubicado en la localidad de Puchuncaví fue un balneario.

A comienzos del siglo XX, sólo la élite del país iba de vacaciones. Muy pocos chilenos sabían nadar y tomar sol no calentaba a nadie; la gente bajaba vestida a la playa.

Llegar a los balnearios era una verdadera aventura. Durante los meses de enero y febrero los veraneantes iban a los balnearios del Litoral Central como Viña del Mar, Cartagena, Papudo, Zapallar, Cachagua y Pichilemu. En la literatura hay diversas manifestaciones de la historia de esta idiosincrasia y su cambio está en la trilogía del dramaturgo Sergio Vodanovic “Viña: Tres Comedias en Traje de Baño (1963)”, donde se puede hacer una radiografía de la sociedad. Y eso que aún no había llegado la locura del bikini en los 60.

El conocido litoral de los poetas tiene muchos matices. Pasar el verano en Algarrobo e Isla negra no es lo mismo que Cartagena o el Quisco. En el documental “Carrete de verano” (1984), realizado por el ICTUS, queda en evidencia. Un recorrido social por los balnearios del litoral central, deteniéndose en distintos grupos de jóvenes que disfrutan de sus vacaciones de acuerdo a sus posibilidades económicas. En un marco de relajo y diversión surgen los temas que a todos inquietan: el trabajo, el estudio, el pololeo, la relación con los padres, el futuro, el país y por supuesto, el carrete. 

A pesar de todas estas diferencias de clases -y también por la decadencia de los lugares por culpa de las inmobiliarias y sus desastres ambientales-, hubo una época de oro. “Lo importante es veranear”, como dice mi papá. “Yo conozco Quintero desde el año 1965. En la época era muy popular la playa El Durazno, en la que al atardecer empezaba la música de moda a gran volumen. La gente iba de paseo nocturno, las parejas bailaban al costado de la playa y pagaban sólo el consumo. Había un gran restaurante que ponía música. A unos 300 metros, estaba la Waikiki, un lugar de comida bailable, a otros costos sí. La zona bailable estaba mar adentro, muy romántico para los enamorados y pololeos ocasionales de verano que siempre ocurren”, recuerda. 

Es inevitable que mientras me cuenta esto, en mi cabeza se musicalizan “los éxitos bailables” con “Los Rockets”. En Playa solitaria el mismísimo Horacio Saavedra -quien fuera director de la orquesta de los Festivales de Viña del Mar- era bajista.

Hace tiempo que no voy a la playa más de tres días y estoy completamente dispuesta a ver una puesta de sol, ir a sacarme la sal del cuerpo en la ducha y observar como lentamente el cuerpo toma color de bronceado.

Tomar once para salir de noche a la feria artesanal, donde una vez me puse un piercing en la nariz con pistola. Están muy alejados los recuerdos de la juventud de mi papá y yo arriba de un tagadá musicalizado con Eurodance. Lo que sí se comparte es la caminata a orillas de la playa. Jugar un cartón de lota, ganar un tarro de duraznos gigantes; usar la mitad para ponche con vino blanco y la otra comerla con crema. Sólo quedan vestigios del que alguna vez fue conocido como el balneario del amor.

De pronto, me siento el primer día de clases a hacer el ensayo de Cuéntame tu verano, en donde mi último recuerdo entrañable de playa es en primavera y en Horcón. Después de comer empanadas de mariscos, caminamos por un sitio donde parece que el tiempo estuviera detenido en Frei-Montalva, paseamos por la feria artesanal y vamos al puente de los deseos. Hasta aquí nomás llegamos, nada dura para siempre y sólo los amantes sobreviven.

Escrito por

Ivanna Donoso es autora, actriz y performer. Ha participado en diversas exposiciones, realizado ponencias de arte y cultura pop y publicado obras de narrativa, poesía y música. Actualmente vive en la Ciudad de México.

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