Ariel Richards

Una reparación amorosa

04.01.2024
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Hace unos meses, me invitaron a dar una ponencia a la Universidad de Princeton: la casa académica de 75 premios Nobel en la que, además, Albert Einstein hizo clases. Si digo esto no es para presumir, sino para asumir que, como lugar intelectual, resultaba intimidante.

Una de las primeras noches ahí, salí con investigadores, profesores y alumnos de la universidad. Mientras estábamos comiendo, una académica -a quien admiro-, compartió una reflexión que tenía sobre cierto pintor. 

En un principio me paralicé. Se refirió a la exposición de este artista al que yo no conocía, montada en un museo en el que nunca había estado, en una ciudad que jamás he visitado. Sin embargo, la profesora no habló del artista. No reparó en ese museo ni en esa ciudad. Sino que nos contó que cuando vio esa exposición, siendo joven, ella no estaba capacitada teóricamente para hacerse cargo de esa obra. Y que tuvo que pasar mucho tiempo para que la entendiera. 

Su confesión se sintió cálida y me sorprendió, porque aunque era una anécdota intelectual, también era una experiencia profundamente humana: la de no estar lista. Y yo, que me pasé 37 años esperando pronunciar una frase que define quién soy, sé de esperar. Sé de no estar preparada y de no ser capaz de abordar algo. 

Años antes, otra profesora, una crítica literaria chilena a la que conocí durante mi pregrado, me dijo que no existían libros “buenos” ni “malos”, sino que momentos determinados para entrarles. A veces, simplemente, no era el momento de leer tal o cual libro, porque una podía o no estar lista para abordarlo. Ahora entendiendo que, al igual que la confesión de la académica de Princeton, esa es una manera de hacer crítica y también de considerar que el tiempo nos transforma.

Es una manera de asumir que nuestro pensamiento también es trans y que podemos ocupar el tiempo a nuestro favor para conectar fuera del presente y de nuestra realidad con otras personas y otras ideas.

Hace unas semanas, presenté en la Sala K la única función en Chile de la película Orlando, mi biografía política (2023), de Paul B. Preciado: un documental en el que el escritor y filósofo español invitó a 26 personas trans y no binarias, de distintas generaciones y orígenes, a contar sus historias. Pero esta biografía no es individual. Sus protagonistas encarnan al personaje que viaja en el tiempo y que cambia de género de la novela Orlando, una biografía (1928), de Virginia Woolf. Quienes hemos leído a Preciado sabemos que esa novela de Woolf es una obsesión suya y que él tiene una relación tan amorosa como conflictiva con su autora. En su colección de ensayos Un apartamento en Urano (2019), Preciado cuenta que leyendo el diario que Woolf llevaba mientras escribía Orlando, se sorprendió al encontrarse con una Virginia más preocupada del fieltro de los sombreros y el encaje de los vestidos que de las huelgas de mineros que azotaban Inglaterra.

Preciado narra esto con humor y con amor. Y en vez de, únicamente, acusar a Woolf de frívola, burguesa y egoísta (lo hace), también empatiza con ella. Se pone en su lugar y dice: “Me doy cuenta de lo difícil que resulta estar vivo. Yo también podría equivocarme y prestar más atención a mis dosis de testosterona, que a la transformación política de todas mis relaciones” (Preciado, 2019: 159). Ese gesto suyo me parece conmovedor y necesario para sobrellevar la violencia del mundo.

Traigo esto a presencia, porque me interpela como investigadora de artes visuales. Es que en vez de apuntar, aislar y juzgar a Woolf, lo que hace Preciado es bajar el cerco, aproximarse y entenderla. Proponer una reformulación creativa, fuera de su tiempo. Y mientras hace esto, se reconoce como imperfecto y humano. Quiero decir, el pensamiento de Preciado es tan crítico como amoroso. No se inscribe en la cultura de la cancelación ni de la superioridad moral, sino que practica una forma afectiva de conexión que considera el tiempo como un factor determinante en la construcción de la propia identidad y la de los demás. Se abre a la posibilidad de tener un diálogo fuera del tiempo lineal y de colaborar, aun entre personas que no se conocen. 

Preciado se doctoró en Teoría de la Arquitectura en la Universidad de Princeton. De hecho, el segundo día que estuve ahí, me crucé con la académica que fue su tutora. En su premiada tesis doctoral, Pornotopia: An Essay on Playboy’s Architecture and Biopolitics (2019), desplegó su forma de pensar de manera brillante: combinó teoría crítica con estudios sobre el porno e historia de la tecnología para hablar de las relaciones estratégicas que se abren entre arquitectura y género en lugares relacionados con la producción y el consumo de pornografía. Pero también instaló un tono tan intelectual como afectivo y divertido para dirigirse a los temas que le importan. 

A mí, que me interesa la arquitectura y el despliegue del género en el espacio, esa mirada crítica y novedosa que él deposita sobre lo conocido y lo inesperado, me ha ayudado a pensarme. 

A encontrar una voz que sea también una manera de estar en el mundo. 

Una voz que considere el humor y el amor. 

Al ver su documental, me di cuenta de que no importa el formato en el que esté desplegando sus ideas, esas dimensiones vuelven a estar presentes. Recordé el ensayo Se repara, de un extraordinario arquitecto chileno que –además– escribe muy bien: Smiljan Radić. En él, su autor distingue entre lo que significa restaurar y reparar. Radić dice que quien restaura parece no renunciar a reconstruir un pasado tal cual era, mientras que quien repara trata de poner algo en pie nuevamente y, si para hacer esto necesita “amputar alguna de sus piernas podridas, no hay vuelta atrás”. (Radić, 2022: 23)

Esa manera sin remordimientos de pensar la reparación, se me presentó semejante al tránsito de género, en cuanto a una operación que modifica, sin nostalgia de su versión anterior. Y me pareció, de hecho, pertinente para pensar a Preciado. Porque en su Orlando, Preciado recurre a Virgina Woolf reconociendo las diferencias teóricas y sociales con ella: le dice que el tránsito de género involucra problemáticas judiciales, médicas y políticas que su Orlando no consideró. Pero no la trae para corregirla ni para tratarla o reclamarla como un objeto histórico, sino que para conversar con ella. Para invitarla a ser co-autora de una autobiografía suya que tiene mucho de diálogo. Esto, en la medida en que Preciado le responde y le imagina nuevas versiones a lo que ella propuso con su novela. 

A diferencia del Orlando de Woolf, la veintena de Orlandos de Preciado no se refugian en la tristeza melancólica, sino que son gozosos. Y no están solos, sino que son muchos y muy distintos. Conforman una colectividad rara, nueva y hermosa. 

En su documental, se siente como si Preciado le fuera presentando creativamente sus conceptos filosóficos a Woolf para hacerlos dialogar con su novela, publicada hace casi un siglo. Y lo hace sin concesiones, pero con astucia y gentileza. Como son las buenas conversaciones. 

Esta manera política y poética de sortear el tiempo y las diferencias me parece hermosa e importante, porque se abre a nuevas e inesperadas vinculaciones. Equivale a estar permeable a hacer comunidad. Como apuntó Manohla Dargis en su crítica del New York Times: al ver el documental de Preciado pareciera que todas, todos y todes estamos invitadxs a esta fiesta. “El superpoder de esta película cálida y generosa es que, al tiempo que habla con brillantez de las jaulas de la identidad, ve –y comparte– una forma de salir de ellas”, dice. 

En este sentido, creo que Orlando, mi biografía política (2023) aporta con dos claves: el goce y la imaginación. Las reflexiones personales de quienes le dan cuerpo y voz a Orlando se confunden con las líneas originales de la novela de Woolf, y esos textos se intrincan, a la vez, con las ideas de Preciado. 

Esta fusión responde a la artesanía con la que el director ha editado su película, pero también a una postura política en la que se entiende que el tránsito es, sobre todo, una celebración.

Y si ninguna de las personas que iniciamos este proceso sabemos hacia dónde nos lleva, es porque hay placer en enfrentarnos a lo desconocido. Y para sortear eso, necesitamos recurrir al pasado; entenderlo y volver a imaginarlo. Esto es algo sobre lo que la propia Woolf escribió en su propio Orlando, cuando dijo que la memoria es una costurera que mete y saca su aguja, de arriba abajo. Y que ignoramos tanto lo que viene enseguida, como lo que vendrá después.

Al ver el documental de Preciado, intuimos que lo que nos propone su autor es una forma de pensar el tiempo y lo que vino antes como una posibilidad amorosa de reparación. No a mirar nostálgicamente lo que pasó ni a reconstruir el pasado tal cual era, como nos advierte Radić, sino que a volver a imaginarlo. Creativamente. A partir de una vinculación entre afectos y experiencias compartidas.

Referencias

Dargis, Manohla (2023). “Orlando, My Political Biography. Review: A Collective Approach to Joy”, en The New York Times [online] (9 de noviembre de 2023): https://www.nytimes.com/2023/11/09/movies/orlando-my-political-biography-review.html

Preciado, Paul B. (2019). Un apartamento en Urano. Crónicas del cruce. Anagrama: Barcelona.

Radić, Smiljan (2022). Habitaré mi nombre. Barcelona: Puente Editores.

Escrito por

Escritora e investigadora de artes visuales. Ha trabajado como editora en distintos medios y actualmente cursa un Doctorado en Artes, donde investiga las relaciones en performance, espacio y género.

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