Ignacia Moreno

Las formas del cuidado

25.11.2022
compartir
Fb
Tw
In
Wa

La forma en que nos relacionamos con las cosas se ve afectada por diversos factores. El primero y más evidente es su materialidad.

No nos disponemos de la misma manera frente al vidrio, al cristal, al plástico o a la piedra. Podríamos decir entonces que es esta materialidad la que, en cierto modo y en un primer momento, determina el trato que le damos a las cosas. 

Por otra parte, lo estético y, por supuesto, lo simbólico son factores que también influyen en cómo nos relacionamos con un objeto. Pero hay también elementos que inciden en la profundidad de este vínculo y que tienen que ver con la posibilidad misma de relacionarnos con las cosas y el alcance de esta relación: cuánto tiempo tendremos con nosotros ese objeto y cuánto lo comprendemos.

En relación a esto último Hartmut Rosa, filósofo y sociólogo alemán, en su libro Alienación y aceleración comenta que “el incremento en la velocidad de producción ha cambiado fundamentalmente la relación entre los humanos y su entorno material” (Rosa, 2016, pp. 76-77). En consecuencia, explica, hemos modificado nuestro comportamiento en relación a las cosas, reemplazando los objetos mucho antes que su vida útil termine. Motivados por una constante innovación tecnológica que los vuelve rápidamente anacrónicos. El filósofo habla sobre cómo este reemplazo –condicionado también por los costos de producción vs. los de reparación– impide que nos familiaricemos con nuestras cosas y que logren convertirse en parte de nuestra identidad. Además, la complejización y la multiplicación de las funciones del objeto (muchas de las cuales no sabemos usar o nunca llegamos a aprovechar) van creando una distancia entre nosotros y las cosas. No podemos usarlas adecuadamente, mucho menos repararlas.

La consecuencia de estos cambios es que hemos ido, poco a poco, convirtiendo los objetos en extraños.

Porque las formas de intimidad o familiaridad tardan tiempo en desarrollarse (Rosa, 2016, p.151). Hemos transformado nuestro entorno en algo desechable y reemplazable y, al mismo tiempo, hemos ido eliminando la necesidad y la práctica del cuidado. Para recuperarla antes es necesario reconocer la fragilidad.

Frágil es lo que se puede romper o quebrar, lo delicado. Lo contrario de duro y resistente. Mientras que, lo vulnerable es lo que puede ser herido o dañado, tanto física como moralmente, según define la RAE.

Luigina Leccardi, filósofa italiana, también distingue estos dos conceptos y dice que somos frágiles porque no tenemos soberanía sobre la vida (Leccardi, 10:32) y vulnerables, porque somos dependientes de los otros (Leccardi, 13:51). Reconocer nuestra fragilidad nos ayuda a ubicarnos, nos da perspectiva, sitúa nuestra existencia en relación al mundo. Nos recuerda que somos en relación a otros y no por sobre los otros. Nos hace salir de nuestro ensimismamiento. Para que exista el cuidado debe reconocerse la fragilidad. Sin ésta no hay necesidad ni posibilidad de cuidado porque la dureza no se deja permear. 

En su texto Design as a Practice of Care, Laurene Vaughan propone que la práctica del cuidado debe estar fundada en la conexión, en las expectativas de que ese cuidado generará impacto y en que las acciones de cuidado podrán ser desarrolladas de manera efectiva. En relación a las expectativas Vaughan cita, a su vez, a Maurice Hamington, quien dice que la expectativa del resultado de nuestros esfuerzos influenciará nuestro compromiso con la acción. 

Es decir, por un lado es necesario reconocer la necesidad de cuidado y actuar: la compasión. Y por otro, es necesario también hacerse cargo de las expectativas del que cuida en relación a si es posible ejercer las acciones que permiten el cuidado; y a si las acciones que realice tendrán un impacto en quién las recibe.

Lo primero, entonces, es permitir el cuidado. Volver a hacer los objetos comprensibles y a diseñarlos para que tengan una vida larga. Para que se puedan reparar y así permitir que sean parte de nosotros.

Es también necesario rehabilitar prácticas del pasado, como dice Pierre Rabhi en Hacia la sobriedad feliz. Volver a poner a disposición actividades que por la ilusión de los recursos ilimitados, fuimos descartando. Restablecer los servicios técnicos, los oficios, los ritos cotidianos. Rescatar todo esto del olvido y de la extinción.

Reparar es una de esas prácticas que hay que retomar para recuperar el cuidado. Porque como dice Rosa, en la sociedad de la aceleración, las cosas ya no se reparan (2016, p. 153). La reparación es una costumbre que fuimos olvidando junto a los oficios que la proveían. Hoy se trata de pasar a esta acción por novedad y el acto de reparar es utilizado por el marketing como parte de los eslóganes sostenibles. Pero es una ficción. Porque, ¿cómo se repara lo que ha sido creado, diseñado y producido para no durar?

Recuperar el cuidado hoy es algo imprescindible. Porque transforma todas nuestras relaciones y porque afecta, no solo a quién lo recibe sino también, a quién lo entrega. Eva Meijer, filósofa, escritora y artista holandesa, dice a propósito del cuidado en su libro Los límites de mi lenguaje, que “organizar una red de seguridad de personas y animales que puedan cuidarte y a quienes puedas cuidar y mantenerte ocupado” es uno de los “salvavidas” que pueden arraigarte en el mundo (Meijer, 2021, p. 137). Cuidar es un acto de resistencia porque ayuda a resistir la velocidad del paso del tiempo. Es una forma de salir del instante porque requiere de la atención. Porque es una forma de combatir el individualismo y el ensimismamiento porque requiere de la escucha. Nos obliga a relacionarnos porque lo cuidado depende, en mayor o menor grado, de quién lo cuida. El cuidado resiste a la virtualidad porque requiere de contacto físico y de proximidad.

“Ya no hay tiempo para pensar”, dice Remedios Zafra, autora de Frágiles (Anagrama, 2021) en diversas entrevistas. Y no tenemos tiempo para pensar porque lo importante es producir. Y si lo importante es producir, tampoco hay tiempo para cuidar. Rehabilitar el cuidado, nos permite volver a ser humanos y dejar de ser consumidores o productos. Debemos incorporar el cuidado como una práctica cotidiana que se preocupe de las generaciones futuras (y no tan futuras) y del mundo viviente en general (Pulcini, 5:11). Debería ser la forma en la que hacemos, desde, con, y para la que hacemos todas las cosas. 

Luigina Leccardi dice, en relación a que se habla de una “ética del cuidado”, que esta no es una ética entre las otras, si no que sería la ética primera, porque el cuidado es necesario para vivir (Leccardi, 18:02). Y, como algo esencial, ya no debería seguir siendo ni atribuido ni desempeñado casi exclusivamente por mujeres. Debería ser, en palabras de Joan Tronto y Berenice Fisher, una actividad genérica que incluye todo lo que hacemos para mantener, perpetuar y reparar nuestro mundo con el fin de que podamos vivir en él de la mejor manera posible.  

Bibliografía

Rosa, H. (2016). Alienación y aceleración. Buenos Aires/Madrid: Katz Editores.

Meijer, E. (2021). Los Límites de mi lenguaje. Meditaciones sobre la depresión. Buenos Aires/Madrid: Katz Editores.

Vaughan, L. (2028) Design as a Practice of Care [Archivo pdf]. Academia.

https://www.academia.edu/37998663/Design_as_a_Practice_of_Care

AssoCounseling (1 de octubre de 2019). Luigina Mortari: “La cura nella società complessa” [Archivo de video]. YouTube. https://youtu.be/_bTXn4c558I

Fondazione Giangiacomo Feltrinelli (21 de junio de 2019) Elena Pulcini | Crisi ecologica ed etica della cura [Archivo de video]. YouTube. https://youtu.be/46XE2V82N4A

Escrito por

Ignacia Moreno García es Diseñadora de la Universidad Católica de Chile. Se interesa por la cultura material, en Ritmo Media escribe sobre la relación entre las cosas y las personas.

Relacionados

compartir
Fb
Tw
In
Wa