Jocelyn Zavala

Las desgracias vienen juntas

10.07.2024
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“Paso la mayor parte del tiempo en mi casa”, respondió Wang Min’an, un destacado teórico de estudios culturales, cuando le preguntaron sobre el sentido de escribir sobre los electrodomésticos que llenan su casa.

“La experiencia habitacional, como experiencia espacial, constituye además una experiencia de uso de los aparatos domésticos. Mantengo contacto con estos aparatos durante todo el día, son una parte fundamental de la vida. Así, pues, ¿cómo no escribir sobre estas experiencias?”, indicó en el postfacio de uno de sus libros.  

Sin embargo, la armonía que ofrece la convivencia con los aparatos no siempre se reduce a la placidez. Así lo demuestra la cocina de ensueño de la Sra. Cherry en el El libro de las camas y otras historias de Sylvia Plath. Con el equipamiento más eficiente y alegre de todo el barrio, en su casa desfilaban a toda hora tartas de frutos rojos y pan crujiente. Cada mañana una brillante tostadora se encargaba de disponer las rebanadas tibias, dispuestas a recibir la suave mantequilla y la mermelada que luego deleitarían al Sr. Cherry. El relato hubiera seguido un curso feliz, pero su autora decidió dar un giro sorprendente en el que la armonía de la convivencia entre los aparatos sufre un dramático quiebre: la batidora se cansó de revolver huevos y decidió hacer de wafflera. 

A ello se sumó la lavadora la cual, sin pudor alguno, manifestó la necesidad de un cambio y, de pronto, le pareció perfecto dedicarse a hacer bizcochos. El escándalo adquirió tales proporciones que incluso la sal y la pimienta se sumaron para alentar una revolución. 

La situación de Mikage Sakurai, en cambio, está lejos de ser alegre. Lo demostraba en su incapacidad de conciliar el sueño si no era junto a la nevera: “Creo que la cocina es el lugar en el mundo que más me gusta”. Así comienza Kitchen, anticipando que las cosas fuera de lugar son la advertencia de que algo disfuncional vendrá a apoderarse del relato. Finalmente, la novela profundiza en la dificultad de convivir con el espacio y sus artefactos cuando las personas que hacían uso de las máquinas ya no están allí para activar sus circuitos. La sensación de hogar, en cambio, radica en conocer la ubicación exacta de cuchillos y otros utensilios, de saber dónde se localizan los alimentos en las repisas:

             Mientras, si quieres, puedes mirar la casa. ¿Quieres que te la enseñe? ¿En qué te fijas tú? — dijo Yûichi, sirviendo el té.

       —¿Para qué? —dije, desde el blando sofá.

            —Para juzgar la casa y a los que viven en ella. Dicen que se puede conocer a la gente viendo su lavabo.

Esta intimidad con los aparatos parece menos conflictiva en los personajes del Manual para mujeres de la limpieza de Lucía Berlín, quienes nos enseñan a mirarles con cierta distancia, a desplazarse por la casa con recelo, entendiendo que las colillas abandonadas, los chiches hacia los que no llega el plumero, la disposición de plantas y lámparas están llenas de significado.

¿Cómo abres el detergente? ¿Hacia qué lado se expende el papel higiénico en tu baño? ¿Dónde almacenas los ansiolíticos? La racionalización de esos procesos, tal vez, nos salvaría del doloroso desapego frente a los desperfectos domésticos, un final predecible frente a la obsolescencia programada que marca el fin de la vida útil de cada producto.

Ni el enorme sillón que un día nos acogió a ti, a mí, a nuestros amigos y a nuestro perro se salva del deterioro de las fibras que comienza a hacer tambalear las estructuras. Sucederá más temprano que tarde con la lavadora, el teléfono móvil y el televisor. 

En estos días una tragedia se avecina en casa, así lo anunció mi cafetera que de un tiempo a esta parte calienta el agua mucho más de lo normal. Un poco amargo, a veces frío, hablamos de la máquina como si se tratara de un enfermo en la unidad de cuidados intensivos. ¿Como amaneció hoy?, ¿Funcionó?, ¿Va empeorando? Es como si el termostato de la cafetera estuviera sujeto a procesos biológicos de un paciente sobre el que se levantan expectativas de recuperación. Asumir esta pérdida es asumir también que, como en la muerte, las desgracias vienen todas juntas: es probable que le siga el horno eléctrico, el computador y esa fantástica plancha que, en minutos, cocina las verduras o prepara mi sandwich favorito. O peor: que ceda la llave del agua producto de ese arreglo precario del que nunca más se volvió a hablar después de la inundación del comedor. Tocamos madera, qué vamos a hacer con tanto espacio vacío. Mientras esto sucede, el olor perfumado del café sigue llenando la atmósfera, tal como sucedió una vez en la maravillosa cocina de la Sra.Cherry.

Escrito por

Jocelyn es académica y autora del libro “Margen de Error”, publicado junto a Editorial La Secta. Su escritura reflexiona sobre los cruces entre la literatura, la vida cotidiana y la educación.

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