Ignacia Moreno

Las cosas comunes

26.09.2022
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Desde siempre me han interesado los objetos, pero fue -tal vez- cuando tenía 8 años, que inconscientemente me di cuenta de su importancia y significado.

Mi abuelo había muerto recién, pero a través de sus cosas él seguía estando en su casa de El Monte, y yo pude seguir teniéndolo cerca. Años después, durante mi época como estudiante de diseño, me fui acercando de una forma más consciente a los objetos, al interesarme en entender la relación que tenemos con ellos.

Los objetos existen para hacer nuestra vida mejor. Y esto ocurre, a mi juicio, desde su utilidad, belleza o simbolismo. La utilidad tiene que ver con el para qué sirve un objeto, en qué tarea nos ayuda en la vida cotidiana. Que funcione quiere decir que cumple con hacer aquello que nos promete, que resista y que sea fácil de usar. Por otra parte, la belleza hace la vida mejor, porque la vuelve más placentera. Y por último, los símbolos nos dan significado. Para que un objeto sea simbólico, debe cumplir con dos condiciones: que haya pertenecido a alguien importante en nuestras vidas o que represente un momento o etapa importante de ésta. Los símbolos representan vínculos, y para crear vínculos necesitamos tiempo.

Las cosas comunes reúnen estas tres condiciones.

Cuando hablamos de lo común, podemos hacerlo en dos sentidos: refiriéndonos a algo que pertenece a un grupo, sin ser exclusivo de nadie, o a lo ordinario. Esta segunda acepción, a su vez, puede entenderse de dos maneras: como lo habitual, lo frecuente, lo usual; o como lo corriente, simple, sencillo y discreto. Es posible que estos tres significados estén relacionados y que, en algunos casos, sean difíciles de separar.

Lo común —como lo perteneciente a un grupo— tiene que ver con la identidad y el patrimonio. Es lo que nos une y da sentido de pertenencia. Es, por lo tanto, lo que nos ayuda a estar en pie. Son las cosas comunes las que nos sostienen, porque nos anclan a ese pedacito de historia del que somos parte. Son esos elementos los que nos protegen de quedar absolutamente a la deriva. En esta época caracterizada por lo frágil y precario, donde hay poco de qué afirmarse, donde las certezas escasean y el futuro es cada vez más difícil de imaginar, el rol de estas cosas comunes es fundamental.

Cuando hablamos del territorio circunscrito al espacio doméstico, la casa sería el lugar donde habitan las cosas. Como dijo Michele Coccia en su reciente conferencia en el Centro Cultural La Moneda; construimos casas para habitarlas con cosas y personas. La casa —como sinónimo de hogar— puede definirse como el espacio donde están nuestras cosas. En un artículo titulado Las cosas se rompen, Constanza Michelson dice que un hogar es un rincón, un objeto amado que dibuja un contorno sagrado al espacio que se habita. 

Pienso en las micros amarillas con sus cabinas decoradas o en los escritorios de oficina con fotos familiares o con algún objeto que convierte ese espacio cualquiera en tu lugar. El contorno es el perímetro, lo que delimita o contiene una forma. Por otra parte, por los caracteres que componen la palabra, con formas redondas y trazos curvos, me imagino un brazo que abraza, que rodea y contiene. Que impide que algo se desarme, se desperdigue o se fragmente. El prefijo latino con significa todo y junto. Podemos decir entonces que las cosas comunes nos mantienen juntos e impiden que nuestra vida se fragmente. “Las cosas tienen la misión de estabilizar la vida humana”, escribe Byung-Chul Han citando, a su vez, a Hannah Arendt en su libro La desaparición de los rituales (Han, 2020).

Los objetos que nos unen como grupo de personas que viven en un mismo territorio -como lo es un barrio, pueblo, ciudad o país- son aquellos que podríamos encontrar en (casi) cualquier casa.

Son aquellos que reconocemos y en los que nos reconocemos. Aquellas cosas cuyas formas, materialidades y tecnología nos son familiares, y con las que tenemos una historia en común. La casi extinta industria nacional nos ofrecía ese tipo de cosas antes de la masiva llegada de productos del extranjero. La artesanía lo sigue haciendo. Por su parte, las cosas comunes entendidas como aquellas que son habituales, nos acompañan todos los días. siempre están disponibles. No molestan, no gritan. Y nos acostumbramos tanto a su presencia, que solo cuando las perdemos reparamos en ellas. Son parte de nuestro paisaje doméstico.

Georges Perec, aludiendo a lo ordinario como sinónimo de cotidiano en su novela Lo infraordinario, nos dice que deberíamos interesarnos por lo habitual.”Interrogar a nuestros utensilios, a nuestras herramientas. Interrogar a lo que parecía habernos dejado de sorprender para siempre”. Preguntar para conocer. Porque el conocimiento hace posible el amor, y el amor hace posible el cuidado.

Soetsu Yanagi, fundador del Museo de artesanía popular de Japón (1936), en su libro La belleza del objeto cotidiano -editado en español por Gustavo Gili-, se refiere a los objetos comunes-discretos como los “objetos misceláneos”. Estos se caracterizan por ser objetos baratos, simples y necesarios para la vida cotidiana. Son objetos que se usan a diario y por eso deben ser resistentes, duraderos y fáciles de usar. Yanagi dice que son objetos fieles, porque están siempre disponibles para ayudarnos. Por ese motivo, tampoco tienen ambición. Están hechos para satisfacer nuestras necesidades y no para alcanzar la fama. Son objetos con los que estamos totalmente familiarizados, y por eso nos cuesta reparar en su belleza, que califica como genuina. Son objetos que no quieren sorprender, ni sobresalir, ni intimidar.

Su belleza es generada por la simplicidad, desprovista de ornamentos. 

La edición 2020 del Festival de Fotografía de Lagos en Nigeria, se propuso para su décima edición -en gran parte debido al contexto sanitario mundial-, mirar las casas como si fueran un museo, invitando a crear un Museo de la casa digital. El llamado fue a producir una colección personal de “objetos de virtud” (Object of Virtue), definidas como “pequeñas cosas que vale la pena conservar”. La invitación era fotografiarlos y enviarlos junto a una reseña que los describiera y explicara su significado.

En la web del Museo, hay un listado de frases y conceptos que definen a este tipo de objetos.

Un objeto de virtud conecta vidas 

Crea relaciones

Es simbiótico

Está hecho por alguien 

Pasa por las manos

Es un compañero

Es un portador de sentimiento 

Un testigo de la vida

Vive contigo

Es un objeto cotidiano 

Salvaguarda a los demás 

Es preservado 

Rememora

Es un recuerdo doloroso 

Una cicatriz con significado 

Conecta personas

Es un símbolo

Es nemotécnico

Es un miembro de tu familia 

Evoca la presencia humana 

Es un documento

Retorna el tiempo

Las cosas comunes, por contradictorio que parezca, no se pueden reemplazar. El tiempo hace su parte y la relación con el cuerpo, el resto. Son cosas que han pasado por otras manos (Bodei, 2016), manos distintas a las propias. Las relaciones y la fisicidad serían, al parecer, dos conceptos constitutivos de lo común. Nuestros objetos hablan de nosotros, hablan de nuestras necesidades, de nuestra personalidad, de nuestra forma de vida, de nuestros gustos y de nuestros intereses. Nos reflejan. Vemos a las personas a través de sus cosas. El uso, el contacto, la cercanía y compartir el espacio con esos objetos a través de los años, hace que nos vayamos mimetizando con ellos. Que nos vayamos fusionando.

Los objetos nos acompañan en todas nuestras actividades, desde que nos despertamos hasta que nos dormimos. Y también mientras dormimos. Porque podemos pasar días sin estar con otras personas, pero no podemos pasar ninguno sin relacionarnos con las cosas comunes.

Escrito por

Ignacia Moreno García es Diseñadora de la Universidad Católica de Chile. Se interesa por la cultura material, en Ritmo Media escribe sobre la relación entre las cosas y las personas.

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