Raúl Álvarez Malebrán

Conscripto Víctor Lidio Jara Martínez

14.09.2023
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En marzo de 1952, Victor Jara se presentó en la Escuela de Infantería del Ejército, en San Bernardo. Tenía 19 años y una obligación: cumplir con su servicio militar. 

En fila india y junto a otros jóvenes de su misma edad, debían acatar y someterse a 12 meses bajo las estrictas órdenes de las Fuerzas Armadas. Aunque -tal como es frecuente ahora-, habían formas de “sacarse el servicio” presentando certificados médicos, universitarios, o por medio de contactos dentro de la institución, estas prácticas estaban reservadas sólo para personajes de otro nivel socioeconómico. Eso ni siquiera pasó por la mente de Víctor.

Había que cumplir el deber. 

Jara había abandonado el Seminario Redentorista en el que estuvo dos años descubriendo su espiritualidad y, con ello, descartando una creciente vocación al sacerdocio. Victor, quien en su periodo de retiro se definió a él mismo como “místico” y que “le espantaba el pecado”, ingresó motivado principalmente por la pérdida de su madre Amanda, fallecida apenas unos meses antes, víctima de un ataque cardíaco sirviendo platos en un restaurante de la Vega Central.

En aquella experiencia religiosa, cuenta el biógrafo Mario Amorós en La vida eterna (Ediciones B, 2023), “por primera vez en la vida tuvo acceso a una buena biblioteca” y fue parte de un coro de sesenta voces, en donde destacaba por la “seriedad con la que se tomaba en los ensayos, algo impropio para su edad”.

Pero el camino de Dios no era para él. 

Así que tras meditarlo por meses, decidió dejar a los religiosos y volver a ser un civil… aunque no por mucho tiempo.

En aquel verano de 1952, intentó retomar una relación amorosa de brasas adolescentes con Gabriela Medina, una muchacha apenas un año menor que Jara, y que luego estudiaría teatro para convertirse en una actriz icónica. Ya nada sería igual. 

Pese al cariño que se tenían, la relación entre ambos tenía un rumbo distinto: ella se casó con un locutor de radio quince años mayor, “de bigote frondoso”, y él terminó enlistado como el conscripto Víctor Jara, apenas diez días después de dejar el camino de la fe. 

“El régimen de vida militar, que era espartano, no le pareció penoso; significaba que no tenía que preocuparse por la vestimenta, la comida y el alojamiento”, acotó su viuda Joan Jara en el trascendental Un canto inconcluso (Fundación Victor Jara, 2020). 

Al interior del regimiento se le proporcionó el bautizo de rigor: fue “rapado” al cero junto al resto de sus colegas; todos iguales. El abrupto cambio desde la espiritualidad a las labores físicas supuso un shock inicial que, sin embargo, no aminoró su entusiasmo.

“Al comienzo me sentía re mal… Al primer día de servicio, todos en pelotita a bañarse. 

Puchas, yo venía de un lugar donde el cuerpo era algo así como pecado, entonces te puedes dar cuenta lo brusco del cambio… Claro que no me costó mucho ponerme en la onda de mis compañeros”.

Aquellas declaraciones son parte de la entrevista que el cantante dio en agosto de 1973 a Ricardo García para la revista «Ramona». Salió a las calles el martes 11 de septiembre y se transformó en la edición final de aquella publicación. También sería el último testimonio periodístico de Jara.

Pese a lo estricto del reglamento militar, las salidas de fin de semana fueron una “liberación” para un muchacho que meses antes estaba rodeado de culpa y penitencia seminarista. 

El periodista Freddy Stock, que acaba de lanzar el libro 5 minutos: la vida eterna de Víctor Jara (Via X, 2023), define el regimiento como “uno de los más fieros, en un mundo donde la brutalidad es un atributo de docencia”.

En efecto, a dos décadas de ver salir a Jara desde sus patios, esa misma división fue la encargada de ocuparse de La Moneda tras su bombardeo. También, según consigna el Informe Retting, el Regimiento de Infantería de San Bernardo fue un centro de detención y tortura. 

Pero entre 1952 y 1953, Víctor sólo acataba órdenes, y de la mejor forma. Con disciplina de hierro, limpió las botas y las casas de sus oficiales, además de ganarse la confianza de mandos superiores. En aquella última entrevista con «Ramona», reflexionó sin esa inocencia de soldado raso:

“Creo que el militar profesional, por el hecho de llevar uniforme y tener autoridad sobre el resto de los efectivos, pierde el sentido de su propia clase”.

Sobre las durezas de aquellas enseñanzas para el combate por parte de un oficial, Jara recordó: “Encontraba que era un gallo sádico que gozaba con el sufrimiento de nosotros (…) yo me acuerdo que a mí una vez me dejó encerrado por nada más que ver cómo reaccionaba yo, nada más. Y yo me quedé encerrado allí”.

Pese a haber vivido situaciones que podrían ser calificadas como “traumáticas”,  el informe con el que salió de aquel lugar fue sobresaliente. “Posee espíritu militar y condiciones de mando”, “muy trabajador, atento, de buenas costumbres y cooperador”, “arrestos militares: no tuvo”, “¿tiene valor militar? Sí”.

El conscripto Víctor Lidio Jara Martínez salió reconvertido como el Sargento de Primera Jara, con opción de ser Oficial de Reserva. A los veinte años, decidió salir a la calle nuevamente para encontrar su futuro. Tras trabajar algunos meses como dependiente en una mueblería, encontró en el diario el siguiente aviso: “Prueba de ingreso para el Coro de la Universidad de Chile, dirigido por el maestro Mario Baeza. Obra: Carmina Burana”. Postuló, fue seleccionado e hizo su estreno oficial como parte de la agrupación el 12 de agosto de 1953 en el Teatro Municipal de Santiago. Lo que vendría después es historia.

Las circunstancias y los detalles de su asesinato un 16 de septiembre de 1973 en el Estadio Chile —ahora llamado Víctor Jara— son cruentas y dificiles de detallar, más aún cuando los responsables, recientemente individualizados, se encuentran prófugos o decidieron quitarse la vida antes de enfrentar la pena.

“En uno de esos giros extraños que tiene la historia, el cantor recibe parte de su formación como ser humano en una institución que veinte años más tarde será responsable de su muerte”, dice Jorge Coulón, fundador de Inti-Illimani, en La sonrisa de Víctor Jara (Editorial USACH, 2009).

Escrito por

Es periodista y editor de LaRata.cl, sitio especializado en música y cultura pop, temas que aborda en sus textos. Oriundo de Coquimbo, actualmente es Social Media Specialist de La Cuarta y La Tercera.

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