Romina Reyes Ayala

Cómo me volví escritora gracias a los talleres literarios

13.03.2023
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Quise ser escritora más o menos desde siempre. Concretamente, desde los 15 años. Tres cosas fueron fundamentales para configurar ese deseo: mi mamá, Isabel Allende y el primer lugar que gané en un concurso literario escolar en Primero medio. 

Mi mamá me regaló mi primer diario de vida y me enseñó a escribirlo, Isabel Allende escribió Paula, una novela sobre su hija que me hizo visualizar el tipo de escritora que quería ser, y el galardón a mi cuento navideño -que consistía en un diploma y un ejemplar de Harry Potter-, me dio el impulso necesario para buscar un taller literario. 

Recuerdo que yendo camino al colegio, vi la oferta de talleres gratuitos de Balmaceda 1215 en la cartelera del Metro y decidí inscribirme. Gracias a mi primer galardón literario, me sentía segura y más clara en lo que quería hacer: escribir cuentos. Quedé en el taller de Juan Pablo Sutherland donde la dinámica era simple: un salón con sillas dispuestas en círculos y rondas de presentaciones: me llamo Romina, voy en primero medio, me gusta Isabel Allende. Luego, semanalmente, los ejercicios de escritura. Había que enviar la tarea un día antes del encuentro para que Juan Pablo imprimiera copias para cada uno. Así todos podíamos leer, tachar y hacer comentarios con el texto en la mano. 

Leer algo propio en voz alta puede ser intimidante, pero en el taller se da una especie de pacto tácito de no agresión, respetando también la ansiedad que da escuchar las críticas. Lo que yo buscaba en parte era eso: críticas, pues pensaba que como esas personas no me conocían, no tenían la obligación de ser buenas conmigo y decirme que estaba todo bien.

Mis primeros aprendizajes fueron proyectar la voz, respetar las puntuaciones, no quedarse sin aire. De ese ejercicio sencillo, que es la base de todo taller, se aprenden otras cosas, como identificar cacofonías y palabras repetidas, evitar enumeraciones innecesarias, no caer en la sobreadjetivación (por alguna razón las primeras escrituras siempre tienen muchos adjetivos); y a lidiar con la crítica.

Veinte años después de ese primer taller, puedo decir que tengo tres libros publicados, en los géneros de cuento, novela y poesía.

He presentado libros de colegas, he escrito prólogos, artículos de revistas y he dado docenas de entrevistas a medios de prensa e investigadoras académicas sobre mi trabajo. Puedo decir, con seguridad, que logré convertirme en escritora, y que se siente como cumplir un sueño, aunque decirlo así es invisibilizar todo el trabajo que hay detrás. 

Escribir es un oficio. Ser escritora es, de cierta manera, formar una carrera en la literatura. Y eso implica un know how que no está escrito en libros, un saber no formalizado que se basa en la experiencia y en los contactos que una va armando. Pero cuando empecé, yo era una adolescente y no lo sabía. 

Lo que yo sabía era que quería escribir. 

Cuando terminé el taller de Balmaceda, tenía al menos tres cuentos terminados. Así que de Sutherland, pasé a un taller con Alejandra Costamagna en la Universidad Finis Terrae, a Patricia Espinosa en el ex ICEI de la Universidad de Chile, a Luis López Aliaga en Plagio, a Alejandro Zambra en la Universidad Diego Portales. Y el 2014, diez años después de ese primer taller, publiqué Reinos, mi exitoso debut literario. 

A mis 25, recién primeriza posando para fotos y dando entrevistas, sentí todo muy natural. Cuando me preguntaban por el proceso, contestaba que: “había algo siempre misterioso en la escritura”, pero ahora lo veo de otra forma. Porque la notoriedad que alcancé tiene que ver con muchos factores, además del talento. 

Presentadores connotados, críticas favorecedoras, estar permanentemente en vitrina o en el mesón de destacados. Yo tuve un poco de todo eso. Y aunque suene como una estrategia bien planificada -sin desmerecer el márketing editorial-, la mayoría de aquellas acciones fueron espontáneas, porque tuvieron que ver con personas que me conocían de los talleres literarios en los que participé. Cada persona con una porción de información necesaria y relevante para quien busca formar una carrera. 

Patricia Espinosa y Zambra presentaron Reinos, atrayendo a todos sus amigos y conocidos -otros escritores- a ese lanzamiento; López Aliaga formó la editorial que publicaría mis primeros libros, espacio donde también a la larga aprendí de fondos de cultura y premios literarios; y mis ex compañeras y compañeros de los distintos talleres a los que asistí trabajaron en editoriales y/o librerías, y por amistad, buena onda o admiración, recomendaron mi libro a quienes entraban a sus negocios preguntando por algo para leer.

Más de algún tallerista como yo, hoy es un autor publicado. Todas personas que forman parte del campo literario chileno.

Fue raro verlo así en aquel momento, ya que todas estas personas nos estábamos conociendo al mismo tiempo y entablamos relaciones personales que, con los proyectos, se tornaban comerciales, lo que a la larga complica las cosas si no eres capaz de separar lo profesional de lo emocional. 

Para mí todo partió en una sala con sillas en círculo y una carpeta con papeles de cuentos propios y de otros compañeros. Las frases “nunca le he mostrado a nadie lo que escribo” o “no me gusta lo que escribo” se repetían de taller a taller. Un espacio fundamental que logra hacer lo que, cuando nadie te conoce, cuesta demasiado: obligarte a escribir y a terminar eso que escribes. 

Escrito por

Romina Reyes Ayala es escritora. Escribe sobre relaciones de amor y amistad cruzadas por la -muchas veces- desalentadora realidad chilena. Las voces femeninas son su especialidad.

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