Alejandro Kepp

Vergüenza, orgullo y diversidad

30.05.2022
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Cuando hice pública mi orientación sexual, una de las preguntas que más me hicieron fue: ¿Por qué pasaste tanto tiempo ocultándola? Tenía 8 o 9 años cuando me di cuenta que no era igual al resto de mis compañeros. Ya a esa edad, sabía que sentía cierta atracción por otros chicos y, aunque era bastante pequeño, intuía que debía callarlo por los prejuicios que había en torno al tema. Y ese secreto, guardado con cautela, en algún punto me hizo sentir desbordado por la emoción de la vergüenza. Vergüenza de ser todo lo que la sociedad me había enseñado que estaba mal. Vergüenza por ser diferente y salirme de la norma. Vergüenza por ser parte de una comunidad que había sido históricamente marginada.

Lo peor de todo es que a esa corta edad nadie está preparado para sentir de manera tan desproporcionada la vergüenza. Una emoción tan potente y desagradable que nos lleva a callarnos y no expresar nuestros sentimientos, hasta el punto de llegar a sufrir en silencio.

Alan Downs es un psicólogo clínico que se ha encargado de estudiar la vergüenza en personas con diversidad sexual y de género, y en su libro The velvet rage: Overcoming the pain of growing up gay in a straight man’s world, cuenta cómo la vergüenza nos ha llevado a estructurar nuestra vida en torno a ella. Su modelo consta de tres etapas: sobrecarga de vergüenza, compensación de la vergüenza y, por último, cultivar la autenticidad.

Esta primera etapa de sobrecarga de vergüenza aparece cuando los niños empiezan a darse cuenta de que no son iguales al resto de sus compañeros, que escapan de eso que conocemos como heteronormatividad. Tal vez, una chica empieza a darse cuenta que le atraen otras chicas o un chico empieza a notar que se siente como las demás chicas.

A medida que va en aumento este entendimiento de que somos diferentes, también aumenta el temor de perder el afecto y amor de nuestros vínculos. Y nos sentimos completamente desbordados por la vergüenza.

Como no podemos modificar quienes somos, tratamos de hacernos más aceptables para la sociedad cambiando todo lo que podemos en nuestra forma de actuar y reprimiendo todo aquello que nos hace diferentes. Ahí pasamos a la segunda etapa del modelo de Downs: la compensación de la vergüenza, donde intentamos hasta lo imposible para neutralizar esa emoción. Hay muchas formas de hacerlo: algunos deciden convertirse en personas exitosas, otros en los más fabulosos y creativos, otros buscan tener múltiples parejas sexuales y algunos se dan cuenta de que, si son más empáticos y sensibles, pueden conseguir ese afecto que por tanto tiempo fue negado. En general, las personas buscan aceptación, sentirse amados y, claro, bajar la emoción de la vergüenza.

En Latinoamérica, esto es bastante común y es lo que veo día a día con mis pacientes; hombres y mujeres que han construido una identidad falsa para lograr encajar bajo lo que la sociedad denomina “correcto”. Y eso, como consecuencia, les ha generado la incapacidad de conocerse a sí mismos.  

Según la teoría de Downs, muchos y muchas de la comunidad LGBTQ+ se quedan en estas primeras dos etapas y no pasarían a la tercera: cultivar autenticidad. Aquí es cuando las personas empiezan a florecer: construyen una vida basada en sus propias pasiones y valores, probándose a sí mismos que son deseables y dignos de amor. No es casualidad que la marcha de la comunidad use como bandera la palabra orgullo, porque el orgullo es la emoción opuesta a la vergüenza. Cada vez somos más los que podemos dejar la vergüenza a un lado, cultivar la autenticidad y mostrarnos orgullosos de quienes somos. En una sociedad que nos ha inculcado la vergüenza como una forma de control, el estar orgullosos de nosotros mismos es el acto más revolucionario que podemos hacer.

Escrito por

Psicólogo y máster en psicología clínica de la Universidad Complutense de Madrid. Como terapeuta, se dedica a estudiar temáticas de diversidad sexual y de género.

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