Esto es materia de opinión. Todo es materia de opinión.
La guerra, la estafa, el sueldo, la maternidad, el show, la fama, Dios, el sexo, la familia, la justicia, la belleza, el talento y la misma opinión. El espectro de la opinión es infinito en sus posibilidades. ¿Pero cuál es la materia de la opinión? ¿Cuál es su sustancia? Sabemos que podemos cambiar de opinión. Menos mal. Esta es la marca de la ligereza de la opinión, pero ¿cuál es su peso? Si todo es materia de opinión y la opinión puede cambiar, ¿su materia pesa?
El estatus de la opinión es cosa discutida desde hace muchos siglos. En griego se le llama doxa, del verbo dokein, parecer. La opinión no es si no aquello que se dice en relación con lo que se aparece de cierto modo. Los antiguos también opinaban distinto sobre la opinión. Hay quienes, como Platón, destacan que la potencia de la opinión solo se destina a lo particular y lo contingente. Me parece que este plátano es dulce, que esa casa es grande, que este caso es injusto. En este sentido, el objeto de la opinión no es objeto del saber. La opinión, incluso la opinión verdadera, tiene una constitución débil por su propia naturaleza. Está condicionada a lo que se nos aparece y lo que se nos aparece varía, envejece, cambia de color, se deteriora, se multiplica: el plátano, la casa, el caso. El típico ejemplo de Platón para destacar la diferencia es que podemos opinar sobre las cosas bellas, pero solo la belleza en sí misma (la que no envejece, ni se deteriora, ni se multiplica) es objeto de conocimiento. Así, la materia de la opinión no es la del conocimiento porque su objeto es totalmente distinto. Esto complica un poco las cosas, porque supone una teoría sobre la realidad donde los entes se separan, lo material de lo inmaterial, lo contingente de lo necesario, lo particular de lo universal, lo sensible de lo inteligible. Así, el criterio o regla para distinguir lo que es opinión de lo que es conocimiento nos obliga a reconocer un mundo duplicado. Para esto hay que tener fe o algo así.
No todos comparten la fe del filósofo platónico. Ciertamente no lo hacen en su descripción sobre la realidad los estoicos. Y acá el problema es otro.
Acá el criterio de verdad entra en una discusión contenciosa. Los estoicos no plantean una realidad de entes separados. Lo que se conoce es lo que se percibe, lo que se aparece: el plátano, la casa, el caso. La realidad es una y es sensible, corpórea y divina. Todo a la vez. Lo que hay son apariencias (phainomena). Pero hay apariencias que pueden llegar a constituir conocimiento por la claridad con la que se aparecen y la agudeza con la que son captadas. La naturaleza ofrece todas las condiciones para ser conocida tal como es. Ante la vista de un perro negro que está cerca la apariencia se articula en el juicio “este es un perro negro”. Los obstáculos pueden estar del lado de la opacidad de esa manifestación, por ejemplo, la torre cuadrada que por la distancia se ve redonda, o el palo recto que en el agua se ve quebrado.
Uno puede asentir a la verdad de una apariencia (sí es), rechazarla (no es) o suspender el juicio (no sé si es). El ignorante opina en la medida en que su disposición cognitiva es débil y asiente a apariencias que no son verdaderas: “el palo está quebrado”, “la torre es redonda”. En estricto rigor no hay materia de opinión que no sea materia del conocimiento. Lo que define al saber no es el objeto que capta, como en Platón, sino que la seguridad, estabilidad y claridad con la que le capta. El sabio, frente a lo que no sabe, suspende el juicio, asiente a lo verdadero y rechaza lo falso. En este sentido, el sabio y el ignorante pueden tener la misma opinión, “este es un perro negro”, pero la diferencia está en la seguridad con que el sabio asiente a la verdad. Así, la materia de la opinión toma su sustancia desde el estado del alma. Un alma débil opina, un alma estable y robusta sabe.
Esto a los estoicos les cuesta defenderlo. ¿Acaso el sabio puede distinguir con tal claridad las apariencias? ¿Acaso el sabio tiene el poder de distinguir lo indistinguible, como dos huevos idénticos o dos gemelos? Pareciera que la apariencia siempre pone trucos difíciles de captar, incluso para el sabio. Esta crítica viene del lado de los escépticos. Los escépticos antiguos tenían claro que no podían salir del registro del parecer. De lo que se puede hablar son solo fenómenos, de modo que no hay opiniones más autorizadas que otras. La miel te parece dulce y a mí agria, el paisaje te parece bello y a mí feo, a ti te convence el ateo y a mí el cristiano. A la tesis siempre la acompaña la antítesis, de modo que todas las impresiones valen lo mismo. ¿Se acabó la discusión? No, la discusión recién comienza y no se acaba más. La vida se vuelve investigación. Eso es lo que significa skepsis, una actividad. Tanto rechazar como falsas o aceptar como verdaderas las apariencias es cosa de dogmáticos, solo queda suspender el juicio. Esa es la actitud adecuada frente a una realidad fluctuante y opiniones disimiles. ¿Qué sé yo? decía el lema de Michel de Montaigne en el S XVI que se acoge al método de la skepsis antigua, no para abandonar el saber, sino para evaluarlo. Puestas en la balanza, las opiniones solo denuncian nuestra ignorancia. Dice el autor: “la ignorancia que estaba por naturaleza en nosotros, la hemos confirmado y verificado por medio de un prolongado estudio”.
Si es que ese objeto es particular y contingente, la opinión es particular y contingente. La opinión sobre este o ese asalto, sobre esta o esa ley, sobre este o ese escándalo, está destinada a moverse en el discurso de lo particular, que puede cambiar como cambian las cosas mismas. Se puede definir su naturaleza con respecto al modo en que se conoce. Si es que el objeto se conoce de un modo débil, no hay más que opinión. Más allá de este o ese asalto, ley o escándalo, acá lo que determina que sea una opinión o no es el modo y condiciones en las que se acepta algo como verdadero: si simplemente se escuchó por ahí, si se leyó una investigación completa, si se capta claramente el fenómeno o si hay experiencia con el caso. O se puede definir su naturaleza como el resultado de una operación dogmática que rechaza como falsas o acepta como verdaderas las apariencias. Dado que sobre asaltos, leyes y escándalos siempre hay más de una versión a la que se puede contraponer la tesis contraria, entonces no queda más que suspender el juicio.
Platón, los estoicos y los escépticos proponen distintas reglas. Ninguna de estas reglas supone que la opinión tenga un estatus de saber, pero en todos los casos la distinción con el saber los posiciona frente a la opinión. Tanto en el enfoque dogmático del platonismo y el estoicismo, como en el anti dogmático del escepticismo, la creencia o la opinión es aquello que le parece ser el caso a alguien. Pero hay un elemento que media en esta operación, un elemento de juicio o capacidad crítica que hace tomar distancia. Esta distancia está mediada por la pregunta de que si acaso aquello que se opina realmente es. Las tres actitudes que los conocedores toman con respecto a las impresiones al hacerse esta pregunta son asentimiento, rechazo y suspensión de juicio: sí es, no es, no sé si es.
Hay un silencio antes de opinar, un silencio prudente que incorpora una evaluación sobre las condiciones en que se presentan las cosas, las capacidades propias y el saber de otros. Esta responsabilidad no es solo epistémica, es moral. Es tomarse en serio la propia opinión, sin alzarla desde la potencia del dogma ni hundirla en la impotencia de la subjetividad individual. Lo que queda al medio es un profundo respeto por la investigación movido por la necesidad de tomar posición entre lo que se aparece y lo que es. Ahí está la vía filosófica para Platón, el ejercicio de la sabiduría para los estoicos y la tranquilidad del espíritu para los escépticos.