Por qué siento que no me puedo cansar, aunque estoy agotada

18.08.2022
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Vacaciones 2022. Fui a un lugar soñado, hermoso y recuerdo que no tenía mucho que hacer. Pensé que ese viaje sería la oportunidad para descansar.

Había tenido unos meses agotadores, de esos períodos donde con suerte hay tiempo para comer y dormir. Cuando llegué a mi destino, me tumbé y no hice nada. Una situación ideal -hubiese pensado unos meses atrás-, pero no: sólo sentía culpa de no recorrer el entorno, de no juntarme con mis amigos, de no hacer nada. Mi cabeza quería leer, salir y moverse, pero -en realidad- logré poco y nada de eso. 

¿Por qué si estoy cansada, me da vergüenza decirlo?

¿Cuántas veces he sobrepasado mis límites para quedar bien con otros?

¿Cuántas veces digo sí a pesar de no querer?

Siento que no me puedo cansar. O al menos, eso me han hecho creer. Cada vez que me encuentro con alguien, la segunda pregunta luego de ¿cómo estás? es ¿qué has hecho? Parece que uno siempre tiene que estar en la cresta de la ola, aunque el cuerpo se sienta drenado y los ojos amanezcan pesados. Desde hace varios años vengo escuchando frases como ya no doy más y veo que las personas siguen justamente haciendo eso: dando más.

El artículo 91 de la propuesta de la Nueva Constitución dice: “Toda persona tiene derecho al ocio, al descanso y a disfrutar el tiempo libre”.

¿Qué?

Cuando leí este artículo, tuve que parar. No podía creer lo que estaba frente a mis ojos. Sentí mucha tristeza al caer en cuenta que algo tan básico para el ser humano -el simple hecho de hacer una pausa del ajetreo de la rutina-, tenía que estar plasmado en un texto que garantizara el derecho de descansar. Que no es un capricho, ni flojera, ni desidia, sino que se trata de una necesidad básica.

A veces me pillo pensando que, cuando tenga tiempo, leeré lo que me gusta y pongo mis esperanzas en esas vacaciones, donde fantaseo que dormiré 4 días seguidos. 

Imagino que, más adelante, me repondré, que ya habrá tiempo para descansar. Que ahora es cuando tengo que estar disponible para las demandas de los demás.

Más adelante, seguro, podré organizar mis tiempos y me daré un espacio para mi.

En su ensayo “La Sociedad del Cansancio”, el académico y filósofo surcoreano Byung-Chul Han postula que estamos insertos en una cultura donde nos explotamos a nosotros mismos hasta quedar extenuados, aplazando indefinidamente el ocio. Nos hemos convertido en animal laborans: nos exprimimos sin coacción externa, pensando en que somos libres, pues “decidimos” hacer lo que hacemos.

En Corea, país de origen de Han, las tasas de suicidio son elevadas a propósito de esta autoexplotación. Las cifras publicadas por el portal alemán Statista en 2019 dan cuenta de una tasa de 24,6 suicidios por cada 100 mil personas. El puente Mapo de Seúl, hoy conocido como “Puente de la Vida” es la encarnación de aquello. Y es que las personas que aparentemente ya no pueden con la presión, deciden acabar con sus vidas ahí, saltando al agua. Eso se ha vuelto un patrón tan recurrente que, en dicho lugar, se instaló un detector de movimientos, que ilumina a las personas que van pasando con mensajes positivos con frases como “Lo mejor está por venir” o fotos de personas felices, o incluso imágenes de comida rica. Todo para evitar que las personas, desesperadas, se lancen al vacío.

¿Qué tan lejos estamos de tener que iluminar las barandas de nuestros puentes con mensajes positivos para evitar que las personas acaben con sus vidas? ¿Quién es responsable que nos explotemos hasta querer desaparecer? ¿Es esto un asunto de manejo personal o más bien un problema social?

Y vuelvo sobre lo mismo, ¿Qué pasa con los vínculos? ¿Con los grupos pertenencia?

¿Nos pasaría lo mismo, si tuviéramos vínculos estables y estrechos?

¿Nos pasaría lo mismo si sintiéramos que somos parte de algo más grande?

Aunque partí pensando que podría tener respuestas, me doy cuenta que también soy parte del sistema. Que me cuesta ver el valor del ocio, que siento culpa cada vez que me dispongo a contemplar la vida. Que me da vergüenza si no me percibo ocupada o cansada. Que me frustra no cumplir como siento que debo hacerlo. Como muchos -o todos probablemente-, soy parte de esta sociedad del cansancio, que valora la fatiga y la ensalza como parte de estar en el mundo, y que descalifica toda forma de no producción.

Creo que, como sociedad, deberíamos empezar a valorar el ocio, darle su lugar. El ocio es  imprescindible para que aparezca el aburrimiento, la creatividad y la conexión con nosotros mismos. 

Si no tenemos tiempo, ¿Cómo ha de aparecer la creatividad? 

Si no tenemos un espacio vacío, ¿Cómo sabremos lo que necesitamos?

Nos invito a hacer el ejercicio de tomarnos una hora al día para forzar la creación de un espacio vacío. Aunque nos genere miedo, culpa o confusión, de pronto un día despertaremos con la genuina necesidad de usarlo para jugar, leer, probar una receta o simplemente contemplar.  Y sólo así podremos reconocer lo que nos hace bien: dando lugar a que aparezca.

Escrito por

Dominique Karahanian es psicoterapeuta de parejas, familias e individual y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica.

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