A lo largo de mi trabajo como psicoterapeuta, he ido viendo con mayor frecuencia a mujeres que deciden no tener hijos. No es casualidad, por ejemplo, que en 2020 la tasa de fecundidad en Chile -de 1,3 hijos promedio por mujer- se encontrara bajo el nivel de reemplazo generacional de acuerdo a datos oficiales del Instituto Nacional de Estadísticas.
Razones hay varias como, por ejemplo, dedicarse al desarrollo de una carrera profesional, sentir que el mundo no es un lugar amigable para traer a más seres humanos, o lisa y llanamente destinar los recursos a otras cosas como viajar.
Sin duda, sigue siendo un privilegio de pocas, al resultar complejo y estigmatizador comunicar la decisión. Tanto así, que algunas han tenido que tomar distancia de las personas que las condenan. La presión ha resultado ser insoportable.
Sin embargo, optar por no tener hijos se ha vuelto tan común que ya se habla de la generación noMo (no maternidad) para dar nombre y reconocer esta alternativa que rompe con lo tradicionalmente establecido.
Tiene que dar explicaciones, aclarar sus razones y sobre todo, justificar que no es egoísta ni que se encuentra incompleta. Tiene que lidiar con la vergüenza y el estereotipo de lo que significa no ser madre. Y tiene que escuchar las opiniones del resto sobre lo que libre y deliberadamente determinó para sí misma.
Que tendrá una vida triste, que se quedará sola con sus gatos, que se va a arrepentir y que nadie la va a cuidar cuando envejezca.
Sarah Fischer, autora del libro La Mentira de la Felicidad Materna -que analiza la idealización de este rol-, refirió que incluso ha sido amenazada de muerte por poner sobre la mesa el tabú de la maternidad y el arrepentimiento que sintió al haberse convertido en madre, sin poner en tela de juicio el amor que siente por su hija. En el texto relata cómo su vida personal se fue perdiendo desde dicho nacimiento y por qué se necesita una nueva imagen de madres basada en tanto las necesidades, como las fortalezas de las mujeres.
Quizás, este estigma proviene de la popularidad del instinto maternal que, sin ser comprobado aún de manera científica, nos asocia con el cuidado y tendencia a la protección de los hijos. Esta creencia sostiene que todas las mujeres lo tenemos, que nacemos con él e ignora el hecho de que la maternidad es algo aprendido.
En su ensayo Contra los Hijos, la escritora chilena Lina Meruane va más allá, indicando que el tema de la maternidad es un péndulo histórico, ya que en el espacio público donde aparecen las guerras, las grandes revoluciones, las mujeres pueden no ser madres. Sin embargo, en cuanto se aquietan las aguas, se les llama de vuelta a la casa y se espera que cumplan el rol de madres.
Este nuevo camino, sin duda, está en pañales y se está haciendo más patente en Occidente, donde las mujeres se están atreviendo a decir lo innombrable: no quiero ser madre. Hoy en día, al menos se está abriendo la posibilidad de decidirlo, socializarlo, conversarlo y construir sociedad desde otro lugar.