Trinidad Silva

El fantasma de Venus

30.05.2024
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No existe tal cosa como el buen amor.

Si es amor verdadero, cuánto peor. Si el enamoramiento es genuino y recíproco, ¡huye! Esto es lo que recomienda el poeta y filósofo Lucrecio en Sobre la naturaleza de las cosas (s. I. a.C.). Este no es un libro sobre el amor, es sobre la realidad material del universo, las reglas atómicas de la percepción, la superioridad del placer y la banalidad de la superstición. También es un libro sobre el cuidado del alma, cuyas sutiles partículas atómicas deben estar en equilibrio, el cual se consigue contemplando el orden de la naturaleza, comprendiendo el límite de los deseos y la inmediatez del placer. Pero el amor no sabe que el deseo tiene límite (¿Lo tiene?).  

Esta, pues, es la Venus que tenemos, de aquí el nombre de amor trajo su origen, de aquí en el corazón se destilara aquella gota de dulzor de Venus que en un mar de inquietudes ha parado: porque si ausente está el objeto amado, vienen sus imágenes a sitiarnos, en los oídos anda el dulce nombre.

Venus es la responsable. Ella es la que infunde esa dulzura en el pecho. Pero esa dulzura es fugaz, dura hasta que el objeto del amor se ausenta.

Basta que el amor esté de viaje, ocupado en el trabajo, salga de la vista o se vaya para siempre, para que la fantasía nos aborde por completo dando lugar al delirio. El objeto del amor se ausenta y entonces se le reemplaza con imágenes; los recuerdos, las fotos, las reconstrucciones, los escenarios imaginarios, los sueños, ¿las sospechas? y los sonidos; el nombre del amado, las canciones, las conversaciones, las palabras, ¿el reproche?. Lucrecio no está denunciando lo amargo del amor en falta, está denunciando la locura de quien, enamorado, echa en falta un amor. El amante deja de prestar atención a la realidad. Su mente, alojada en el pecho, convierte en objeto a lo ausente, alterando el vaivén atómico con deseos vanos, escenarios inexistentes y fantasmas. Es puro dolor, y ¿qué es el dolor para un hedonista, sino puro mal?

Conviene, pues, huir de las imágenes, de fomentos de amores alejarnos, y volver a otra parte el pensamiento, y divertirse con cualquier objeto; no fijar el amor en uno solo, pues la llama se irrita y se envejece con el fomento, y el furor se extiende y el mal de día en día se empeora. Si no entretienes tú con llagas nuevas las heridas que te hizo amor primero, y haciéndote veleta en los amores no reprimes el mal desde su origen y llevas la pasión hacia otra parte.

El amor no es solo imagen frente a la ausencia del otro. Las imágenes que más nos penan son las de la ilusión del amor verdadero.

Cuando el amor se vuelve real, hay que apartar la mente, espantar al fantasma. ¿Se puede? Sí, si es que entendemos que el cuerpo puede seguir haciendo lo suyo, vaciar sus ganas con quien sea cuando sea. Mucho mejor. El apetito sexual es un deseo natural que ha de colmarse de la misma manera que se colma el hambre o la sed. Así como el hambre se satisface con pan y la sed con agua, el apetito sexual se satisface con amantes, muchos amantes. Mientras más, mejor. Padece menos el cuerpo con muchas heridas pequeñas que con una grande, dice Lucrecio. El principio en juego es que el dolor se agudiza cuando la corriente del amor se dirige a un solo objeto. Este es el modelo hidráulico del amor platónico (i.e. de Platón), que consume la mirada, la atención, el pensamiento. Un amor adictivo que arrastra el torrente amoroso por un solo canal. Lucrecio promueve la renuncia a este amor. A diferencia de Platón, no cree que sea la belleza (inalcanzable) lo que hay que perseguir para tener una vida feliz, sino que el placer de las cosas simples, de la realidad inmediata; para el cuerpo, pan, agua, sexo (casual); para el alma, conocimiento y amistad. 

Esta es la única manera de tener a Venus como aliada. Gracias por el placer, señor, señora, hasta nunca. Cuando en la pasión hay amor, la gracia de Venus se presenta solo intermitentemente, en la forma vaga y perniciosa de la expectativa.

Pues los amantes tienen esperanza de que aquel mismo cuerpo que ha inflamado su pecho en amor ciego, puede él mismo apagar el incendio que ha movido…

El deseo por el otro en el momento de la pasión amorosa muestra intervalos de placer, atisbos de satisfacción que apaciguan el ardor. Pero lo hace para volver con más fuerza y arrebato, como si en su impulso hubiese venganza. Denuncia Lucrecio que este es el único de los apetitos que aumenta en su deseo a medida que obtiene lo que quiere.

¿No es absurda esa infinitud del deseo?

La naturaleza material de las cosas es finita, son átomos que se pueden contar, 1, 2, 354, y así deben ser los deseos: finitos. Desear a alguien es como desear la inmortalidad; no se colma nunca porque no está dentro de sus posibilidades materiales el colmarse. Esto es lo peculiar del amor que lo vuelve tan amenazante para los principios que sostienen la filosofía hedonista y materialista de Lucrecio. Si es que fuera posible comerse al otro, robarse su masa atómica para asimilarla, alimentando al cuerpo y saciando el deseo, entonces Lucrecio quizás defendería la dignidad del amor, una suerte de canibalismo erótico. 

…y es la única pasión de cuyos goces con bárbaro apetito sé arde el pecho; pues el hambre y la sed se satisfacen fácilmente por dentro repartidos bebidas y alimentos en los miembros, y se pueden pegar a ciertas partes. Pero un semblante hermoso y peregrino sólo deja gozar en nuestro cuerpo ligeros simulacros que arrebata miserable esperanza por los aires. Así como un sediento busca en sueños el agua ansiosamente, y no la encuentra, para apagar el fuego de su cuerpo, y sólo da con simulacros de agua, y con vana fatiga de sed muere bebiendo en un río caudaloso

¿Qué obtengo al contemplar el rostro hermoso y rebosante del amado? ¿Átomos, acaso? Sí, finas películas atómicas que se desprenden para impresionar el sentido de la visión. Se llaman simulacros y estimulan la capacidad sensible del ojo, oído, gusto y olfato. No hay sensación que no sea por contacto en el universo empirista y materialista de Lucrecio. Pero el deseo que se juega en el amor es el de la posesión, no el de la percepción. Los simulacros no bastan. El deseo, entonces, empuja con más fuerza, a ver si acaso se logra obtener un pedazo del otro, que se hace evidente en el gesto desesperado de un rasguño o una mordida. El amante se gana la penosa imagen del sediento frente a un caudal de agua. Nada de lo que se le ofrece en realidad le sirve porque siempre quiere más, aunque lo que se le ofrece sea un montón. 

Si en el amor feliz hay tantas penas, innumerables son las inquietudes de un amor desgraciado y miserable: se vienen a los ojos tan de claro, que es mejor abrazar, como he enseñado, el estar siempre alerta, y no dejarse enredar en sus lazos; pues más fácil es evitar las redes, que escaparse y de Venus romper los fuertes lazos cuando el amor nos tiene ya prendidos.

No existe algo así como un amor feliz. Incluso en la reciprocidad, incluso en la complicidad, gana la insaciabilidad.

Aquello que no se sacia no es digno de ser atendido, porque no es susceptible de aportar placer. El romanticismo no es sino un desvarío de la razón porque depende de falsas representaciones que dan lugar a una necesidad creada, la fantasmagórica creencia de que se puede poseer al otro. El amor es una trampa y la tramposa es Venus. Por eso la actitud recomendada es la de la precaución extrema. 

Frente a una mirada sostenida, hay que cerrar los ojos. No hay que creer que el cosquilleo en el estómago puede, como el hambre con el pan, calmarse con un beso. Nuestros miembros se confunden con la idea de que los cuerpos en realidad se pueden fusionar. Pero nada de eso pasa, nuestros cuerpos a lo más chocan, como los átomos. Mejor no enredarse en las trampas de Venus, alerta Lucrecio, lo que solo nos deja pensando cuán enredado estaba él mismo en sus redes. Solo quien se ha enamorado profundamente puede escribir con tanta pasión contra el amor. 

Escrito por

Trinidad Silva estudió Filosofía en la UC. Hizo un magíster en Estudios clásicos en UCL (University College London), donde luego realizó su doctorado en filosofía antigua. Desde 2016, ha desarrollado, junto a su hermana, proyectos de literatura informativa infantil. Actualmente es profesora e investigadora del Instituto de Filosofía de la Universidad Católica.

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