Dominique Karahanian

El derecho a arrepentirse de ser mamá

05.10.2022
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En un rincón de una librería en el año 2016 me encontré con Madres Arrepentidas (“Regretting Motherhood”), un libro de la socióloga Orna Donath, de portada rosada y una ilustración de una mujer tapando su boca.

Al verlo, no pude hacer otra cosa que comprarlo y devorarlo. Un año antes me había encontrado con el ensayo Contra los Hijos de la chilena Lina Meruane y me había parecido una reflexión necesaria sobre la famosa ecuación: ‘Para ser una mujer completa, hay que ser madre’.

¿Cuántas veces nos topamos con frases como “lo entenderás cuando seas madre” o “ser madre es lo más maravilloso que le puede pasar a un ser humano”?

Mi profesión me da la tremenda fortuna de conocer los discursos privados, esos que aparecen en la intimidad, e incluso en los momentos más oscuros; y que, sin duda, se alejan de las narrativas dominantes. En esos espacios, poco aparecen esas frases y tímidamente, a lo largo de los años, me he ido encontrando con más frecuencia a mujeres arrepentidas con su maternidad.

Spoiler: No son madres que no quieran a sus hijos, sino que no se sienten cómodas habitando el rol tradicional de la maternidad. Incluso, muchas sienten que se les va en collera y que, si pudieran volver a elegir ser madres, gustosas responderían que no. Algunas dicen que no encajan con el papel y manifiestan que ser madres no las define. Otras simplemente que no desean tener esa responsabilidad de cuidado sobre un tercero, que no termina tan fácilmente, aún cuando sabemos que los hijos crecen.

La reflexión que quiero compartir no tiene tanto que ver con la maternidad misma, sino con revisar ese espacio que pocas personas quieren habitar que es el arrepentirse. Y es que pareciera ser que las personas tenemos poco derecho a hacerlo. Humberto Maturana proponía, medio en broma, medio en serio, que a la declaración de Derechos Humanos, había que sumar 3 nuevos derechos: derecho a equivocarse, derecho a cambiar de opinión y derecho de irse de donde uno está.

No ser madre o arrepentirse de serlo es un gran tabú por al menos dos motivos. El primero es que, en nuestra sociedad, la maternidad tiene la característica de ser sagrada. Desde la madre universal, que es la naturaleza, a la madre de los cristianos, la virgen María y su manto de impoluta bondad; la cultura transmite el mensaje que indica que la maternidad es lo mejor que le puede pasar a la trayectoria de vida de una persona. De hecho, el peor insulto que se profiere a alguien es “quitarle la madre”. ¿Cuántas veces hemos visto niñas jugando a ser mamás sin ni siquiera reflexionar qué les hace preferir jugar a eso?

La segunda razón tiene que ver con una mirada más crítica y, si se quiere, política. Y es que la sociedad espera -y quiere- que nuestros arrepentimientos aparezcan solo si cometemos un delito o pecado. No hay cabida para nada más.

Según un estudio de la Universidad Autónoma de Barcelona, las mujeres nacidas a mediados de los ‘70 (mujeres que hoy tienen sobre los 40 años) serán la generación con menos hijos en toda la historia de España. Esta tendencia, la compartirían algunos países occidentales como el nuestro, que -en los últimos siete años- ha tenido una caída de un 44% en los nacimientos, confirmando el acelerado envejecimiento poblacional.

Sin duda, la sociedad tiene costos altísimos cuando las mujeres dejamos de ser madres. Si abandonamos el rol, se crea un caos social, en el entendido que es necesario tener nacimientos para mantener la sobrevivencia de la especie. Sin embargo, la percepción rígida sobre lo que significa habitar ese vínculo con un tercero, ha hecho que muchas se alejen, e incluso que usen su ganado derecho de arrepentirse. Ser mujer involucra muchos otros aspectos y van mucho más allá de solo ser madres. Tiene que ver con nuestros intereses, modos de ver la vida, formas de relacionarnos. Es urgente que, como sociedad, demos ese espacio para que, quienes lo deseen, puedan hacerlo a su modo (y arrepentirse también); y quienes no, tengan la libertad de tomar esa decisión sin ser apuntadas con el dedo.

Escrito por

Dominique Karahanian es psicoterapeuta de parejas, familias e individual y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica.

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