Dominique Karahanian

¿Cuándo ir a terapia de pareja?

15.06.2023
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Michelle Obama ha hablado abiertamente, y en varias oportunidades, que ha acudido a la ayuda de un especialista en parejas para resolver sus dificultades con su marido, Barack.

Según ha contado, ese espacio se hizo necesario y urgente luego de las dificultades de fertilidad que tuvo con su esposo, sumado a los resentimientos que se desataron tras la pausa que ella puso a su carrera en pos de la maternidad.

“Lo que descubrí sobre mí misma es que mi felicidad dependía de mí, así que empecé a tomármelo en serio. Empecé a pedir ayuda, no solo a él, también a otras personas. Y dejé de sentirme culpable. Es importante que yo me ocupe de mí misma, no que solo lo haga Barack”, decía Michelle Obama en una entrevista de Good Morning America. 

Al igual que ella, muchas otras personas también se han atrevido a pedir ayuda cuando no han podido resolver temas que los tienen atrapados o no han logrado superar momentos difíciles de sus relaciones.

Como psicoterapeuta de parejas, he visto cómo en los últimos 20 años se ha hecho cada vez más frecuente llegar a estos espacios, y cómo ha cambiado el universo de personas que piden apoyo. 

Antes las consultas eran lideradas por parejas heterosexuales en la mitad de la vida que aparecían una vez que había -como suelo decir- un elefante en la mitad del living: es decir, cuando la única tabla de salvación del vínculo era la terapia. Hoy, en cambio, ese espectro de pacientes es diverso, tanto en edades -aparecen tanto parejas jóvenes, como mayores-, como en orientaciones sexuales (comunidad LGBTQINB+). Y es que las personas han ido tomando conciencia de que la salud de una relación no es algo que se da por sentado, sino de lo que hay que ocuparse, más que preocuparse.

¿Pero qué historias se repiten en las consultas? Una de las quejas que aparecen con frecuencia es: él o ella cambió. Una obviedad, a mis ojos, si pensamos que los seres humanos estamos en constante cambio; aunque el fondo pareciera ser otro: mi pareja ya no es la misma persona conmigo.

Y permítanme detenerme aquí para reflexionar en torno a la idea del cambio. Cuando partimos una relación de pareja, solemos mostrar nuestra parte luminosa, que es parte de la construcción del vínculo. Nos enamoramos y encantamos con lo que estamos viviendo, y quisiéramos que ese momento fuera eterno. No obstante, aparece la vida, los demás, el mundo, las experiencias; todos elementos que, necesariamente, nos hacen cambiar.

Visto así, ¿No es obvio que también nuestras relaciones vayan mutando en el tiempo?

Y frente a esto, la terapia de parejas no siempre es la solución. Cuando uno de los miembros no visualiza los problemas, parece un sinsentido ir donde un especialista. O cuando uno va a redimirse de un error o existen transgresiones a los límites del otro -como en el caso de la violencia-, tampoco resulta ser un espacio adecuado.

¿Cuándo sí? Podría servir, por ejemplo, cuando nos damos cuenta que no logramos ponernos de acuerdo; los proyectos en común o los espacios de intimidad -emocional o sexual- parecen disiparse; la comunicación deja de fluir y surgen trincheras en el espacio individual. Pero, quizás, lo más relevante es: cuando ambos están dispuestos a entrar en un proceso psicoterapéutico, muchas veces removedor y que implica dejar de “hacer más de lo mismo” para “probar cosas nuevas”. 

Muchas veces, pedir ayuda resulta un proceso aterrador, pues sabemos desde dónde partimos, pero no sabemos a dónde llegaremos. Sin embargo, hacerlo en el momento preciso, antes de ser la última carta de salvación, puede ser un viaje que nos haga cambiar de dirección para establecer vínculos más sólidos, duraderos y sanos. 

Escrito por

Dominique Karahanian es psicoterapeuta de parejas, familias e individual y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica.

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