María José Baranda

Abrazar el sufrimiento

30.05.2022
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Estudio y practico yoga hace un tiempo. El estilo que más he desarrollado es el Vinyasa, y hace un poco más de dos años me acerqué al Ashtanga. Ahora último, además, he integrado el Yin a mi vida. Esta disciplina me acerca a un estado de presencia, a sostener posturas e ir más allá. Es ahí donde creo que comienza el yoga; cuando uno empieza a sentir. Durante la pandemia, sumé la meditación a mi rutina porque necesitaba sentirme más presente en un momento de absoluta incertidumbre, en el que estaba lejos de mi familia y mis amigos. Me sentía muy inquieta. 

De un día para otro, todo se detuvo. De pasar a tener una rutina estable, junto a mi pareja tuvimos que encerrarnos en la casa en espacios reducidos. No fue fácil organizarse al principio. Pero a pesar de estos cambios, encontramos en el encierro un nuevo hábito: meditar en las mañanas. Al principio eran prácticas de tres minutos. Ahí aprendí que la meditación no se rige por el tiempo que uno pueda dedicarle, si no por la calidad de la experiencia. Por ser disciplinados y no rendirnos.

Meditar es una forma efectiva para relacionarnos con nuestras vidas, evitar escapar y lograr estar presentes. “La mente es desenfrenada. La experiencia humana está llena de sucesos imprevisibles y paradojas, alegrías y tristezas, éxitos y fracasos. En el vasto terreno de nuestra existencia, no podemos huir de ninguna de estas experiencias. En parte eso es lo que hace que la vida sea magnífica, pero también es la causa de que nuestras mentes nos tengan enloquecidos”, dice la autora y monja budista estadounidense, Pema Chödron, en su libro Cómo meditar.

Además de aprender a tranquilizar el ruido mental, me interesé rápidamente en entender los conceptos, para así lograr saber cómo entrenar la mente sin frustrarnos tanto  en el camino. Tuve la suerte de que una amiga me hablara de Elisa Marzuca, fundadora de Padma Yoga & Mindfulness, quien es psicóloga y profesora de Ashtanga yoga y meditación budista hace 20 años. Con ella he conocido y aprendido muchos conceptos que al principio me asustaron. Hay algunos que sigo tratando de entender. Uno de ellos es el sufrimiento. “El movimiento natural de nuestro corazón es olvidarnos o aliviar ese sufrimiento rápidamente. Pero debemos conectar con lo difícil y luego conectar con nuestra capacidad de dejarlo ir”, planteó la Elisa como introducción a las sesiones.

Cuando me enfrenté por primera vez al concepto del sufrimiento, mi primera reacción fue cuestionar el beneficio de sumergirme en él.  ¿Por qué habría que ponerle atención, cuando lo que más queremos en nuestra vida cotidiana es tener tranquilidad y calma? Con el pasar del curso, y al profundizar en su significado, me fue haciendo cada vez más sentido. Según la mirada de la tradición budista, como humanos tenemos que experimentar el sufrimiento porque es una realidad. Y debemos afrontarlo. Aceptar su existencia. Todos podemos resonar con el principio que dice que la experiencia vital no es permanentemente una taza de té. El tiempo y la vida tiene corrientes, tiene olas y profundidades. Tiene luz, y también tiene barro.

Si bien al principio me resistí, integrar la idea de que el dolor es una de las marcas de la existencia no se demoró mucho tiempo en hacerme sentido. Y esto se debió a que para entenderlo me conecté con mi propia experiencia, marcada por la muerte de mi papá. En mi caso, conocí el sufrimiento de golpe. Mi papá un día estaba, y al día siguiente ya no estaba más. En ese entonces tenía 16 años, y esa pérdida -como ocurre con la muerte de nuestros padres o madres, a toda edad- marcó mi vida. Su ausencia generó en mí frustraciones y culpas. Temas que quedaron para siempre pendientes. Por eso, en parte, mi trabajo se ha tratado de aprender a soltar. De lograr mirar esto con una perspectiva más amplia y no enojarme por lo que pasó. 

Atreverme a sentir este dolor fue oscuro en un principio, pero lo hice porque a lo largo de los años he sentido la necesidad de encontrar un poco más de claridad en relación a esta experiencia.

Con el tiempo, he trabajado en reconstruir qué relación tiene esto con mi manera de sentir, con mis vínculos familiares y afectivos, con mi relación con la muerte y los duelos. Integrar el concepto de sufrimiento ha sido parte de este proceso; me permitió poder prestarle atención a mi propio dolor y tranquilizar un poco el no saber qué estaba sintiendo, para eventualmente aprender dejarlo ir. A reconocer y abrazar el dolor. Se dice que el sufrimiento se encuentra en la mente humana y que el dolor no se puede evitar. Pero el sufrimiento sí se puede aliviar. Muchas veces el sufrimiento que sentimos justamente radica en la resistencia que ponemos al no reconocer nuestra experiencia.

A lo largo de nuestras vidas, nos enfrentamos a la incomodidad, a la insatisfacción, a la aflicción. Nos enfrentamos al dolor físico. A la muerte y a los duelos. Porque todos tenemos también diferentes duelos. Según el maestro espiritual Sakyong Mipham, Buda aprendió que la vida tiene cuatro características intrínsecas: impermanencia, sufrimiento, insustancialidad y paz. “Sufrimos porque queremos que la vida sea diferente de lo que es: sufrimos porque intentamos hacer placentero lo que es doloroso, hacer sólido lo que es fluido, hacer permanente lo que es continuo cambio”, dice en su libro Convertir la mente en nuestra aliada. 

Seamos compañeros de nuestras emociones. Observémoslas, seamos amables con ellas y con nosotros mismos. Con la meditación, de a poco, podemos dejar de hacer lo que no nos aporta y empezar a distinguir qué debemos dejar ir y dónde debemos poner nuestra energía. Para esto podemos comenzar con reconocer y acoger la causa, que puede ser algo muy simple y cotidiano. Algo que no queremos que se repita y se repita. Cuando admitimos que existe el sufrimiento, tenemos la posibilidad de canalizar la energía y usarla para otro tipo de acciones, que son las que realmente necesitan de nuestra atención: pensamientos sabios, nuestra familia, nuestra autoestima. Nuestra propia paz.

Escrito por

Practicante e instructora de yoga. Aborda temas de yoga y meditación, poniendo el foco en entender cómo podemos sanar nuestras experiencias y conocernos más a través de esta disciplina.

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