Fernando Mendoza

Siria: la primavera que no fue

27.09.2023
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La primavera árabe fue una oleada de protestas populares que se desataron en varios países del norte de África y Medio Oriente en las primeras semanas de 2011.  Potenciados por las redes sociales y los canales de noticias 24 horas, en ese momento los manifestantes se tomaron las calles exigiendo la renuncia de presidentes que llevaban décadas en el poder. Y es que gracias a esta conexión, millones de árabes se dieron cuenta que compartían varios problemas que motivaban el descontento, entre ellos, el autoritarismo, la corrupción y la falta de oportunidades para los jóvenes.

Siria ha sido de los países más devastados por este fenómeno histórico. Una de las principales razones es porque su presidente, Bashar Al Assad, ha logrado mantenerse en el poder durante los últimos 12 años. Calificado como una de las dictaduras más brutales de Medio Oriente, el origen de su poder viene desde el padre del actual mandatario (Hafez), quien se instaló en la presidencia luego de un golpe de estado en la década de los setenta.

Cuando las manifestaciones en contra del gobierno empezaron a expandirse a lo largo de Siria, el régimen no dudó en disparar en contra de su población. Como la cuenta de muertos aumentaba semana a semana, se entendió que la única forma de derrocar al gobierno sería a través de la violencia. De esta manera, comenzaron a surgir distintos grupos que tomaron las armas con el fin de terminar con la dinastía Assad, desatando una guerra civil.

En los años siguientes, el conflicto se fue transformando en una complejísima forma de guerra subsidiaria. También conocidas como proxy wars, estas ocurren cuando países utilizan a terceros como combatientes, evitando su enfrentamiento directo. Así, mientras Irán decidió apoyar a los Assad, Arabia Saudita (archienemigo de Irán) y Estados Unidos financiaron a guerrillas anti-Assad. Lo mismo hicieron otros países como Qatar, Turquía, Emiratos Árabes, generando diversos conflictos dentro de Siria.  El caos provocado por la violencia de la guerra incluso dio espacio al surgimiento de grupos radicales religiosos como el ISIS.


Los diversos enemigos del régimen lograron disminuir rápidamente el control que tenía el gobierno sobre el territorio sirio, generando la expectativa de que, más temprano que tarde, Assad tendría que morir o escapar. Ante la desesperada situación, el presidente de Siria decidió pedir ayuda al presidente de Rusia, quien no demoró en aceptar. Viendo una oportunidad para favorecer los intereses de Rusia en la región, el crucial apoyo militar de Moscú permitió a Assad reconquistar el territorio perdido. Esta nueva alianza no demostró límites en su crueldad en contra de la población civil. Mientras aviones rusos pulverizaban ciudades desde los aires, bombas químicas lanzadas por los sirios ahogaban a la población que se vio atrapada en este infierno. 

Hoy, y principalmente gracias a Putin, Assad ha recuperado gran parte del territorio perdido luego de los inicios de la guerra, la cual ha resultado arrasadora para los sirios.

Casi 600.000 personas han perdido la vida, 6 millones (alrededor de ⅓ de la población) han sido desplazados dentro del país y más de 5 millones están refugiados en países fronterizos. Un 80% por ciento de la población está bajo la línea de la pobreza y se calcula que la mitad de esta sufre un grave riesgo de inseguridad alimentaria.


Con regiones del país aún con enfrentamientos armados, los sueños por una Siria mejor que trajo la primavera árabe ahora están congelados por un frío invierno.

Escrito por

Fernando Mendoza estudió licenciatura en Historia en la Pontificia Universidad Católica de Chile y tiene un máster en Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona. Actualmente, tiene un newsletter de actualidad internacional llamado “La Dosis”

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