María Belén Hernández

No nos quieren tontos

24.10.2022
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Uno de los últimos cambios curriculares en Chile, de hace ya algunos años, recibió duras críticas.

Recuerdo expresiones como “nos quieren tontos” o “un país sin historia es un país sin memoria”, que circularon en los medios cuando la asignatura Historia, geografía y ciencias sociales quedó como electiva para 3° y 4° medio. Algo parecido sucedió cuando se redujeron las horas de Educación Física y muchos profesionales, críticos de la decisión, quisieron recalcar la importancia de la actividad física y apuntaron al desacierto de la medida en un país en el que los problemas asociados al sedentarismo han aumentado de forma exponencial. Sin embargo, rebajar horas de clases se ha mantenido como una exigencia que no se transa. 

Una muestra más actual de esta dicotomía son las demandas por una ley de educación emocional, la política de educación sexual integral —a la que un grupo no menor de apoderados se opone—, o la atribución de los resultados del último plebiscito constitucional a la falta de educación cívica en los colegios.   

Siempre los cambios curriculares generan polémicas y pueden ser juzgados desde distintos puntos de vista, pues el concepto de currículum educativo es posiblemente uno de los componentes más complejos de definir y de abordar para los profesionales de la educación.

Tanto o más que el propio concepto de educación. Ocurre que la noción de currículo aplicado a la educación posee dimensiones pedagógicas, políticas, filosóficas, psicológicas, económicas, a lo menos. Todas ellas con distintos enfoques, paradigmas, representantes y teorías al respecto. No obstante lo complejo, este tema es siempre apetecido y criticado por muchos grupos y políticos, quedando en la opinión pública una sensación de que siempre todo es insuficiente cuando hablamos del currículum nacional. 

Dejando la controversia de lado, la pregunta central a la que responde el currículum educativo es ¿qué deben saber hacer, ser y conocer los niños y jóvenes para insertarse de forma adecuada y convertirse en individuos aptos para la vida en sociedad? ¿Cuál es la visión de ciudadano que la sociedad va a enseñar para mantener el contrato social que nos permite convivir de buena manera?

La respuesta a esta interrogante es transdisciplinaria, y es además dinámica, pues cambia junto con la misma sociedad, la ciencia, la cultura, los gobiernos e incluso con las situaciones imponderables como la pandemia, entre muchas otras variables.

El currículum nacional es una declaración escrita que indica qué, para qué, a quiénes, cómo y cuándo enseñar. Implica adoptar una visión de la educación que sea coherente con la visión de ser humano, de ciudadano que nos interesa formar a corto, mediano y largo plazo.  Este se plasma en un documento llamado Bases Curriculares, que señala una base común de objetivos de aprendizaje, visiones según cada asignatura, indicaciones pedagógicas para cada nivel y curso, que son obligatorias para todos los estudiantes del país, independiente del tipo de establecimiento al que asistan. A partir de las Bases Curriculares, el Estado provee de un programa de estudio para cada asignatura, que es obligatorio para los establecimientos que no cuenten con un programa propio.  

Estos documentos son elaborados a través del Ministerio de Educación y deben ser aprobados por el Consejo de Educación, para luego ser Ley de la República.

Sin embargo, muchas otras entidades participan directa e indirectamente a través de procesos de consultas e investigaciones con universidades colaboradoras, por ejemplo. El tipo de conocimiento científico forma parte central del currículum y está basado en el juicio experto y la evidencia científica. Los grandes énfasis están puestos en los objetivos de aprendizaje, por sobre la materia y el contenido.

El currículum nacional tiene un carácter prescriptivo o normativo, pero también un carácter de ideal o meta a lograr al final de la trayectoria educativa. Y este último fin no ha permeado suficientemente en los establecimientos educativos, pues sigue primando el carácter rígido de “pasar la materia para cumplir con el programa”, por sobre el pilar de flexibilidad existente dentro del currículum nacional vigente, muy acorde a los currículum internacionales. 

Estos cambios enfatizan la contextualización del currículum hasta el cansancio, como la forma de implementarlo para que pueda responder a todos los contextos educativos del país, por medio del trabajo profesional de los docentes y equipos directivos. No es tarea fácil con la diversidad de establecimientos, los pocos recursos económicos, el agobio y colapso que viven nuestros profesores y profesoras, la falta de liderazgo de los equipos directivos, sumado a que los roles familia-escuela están cada vez más politizados. Todo esto constituye cada vez más y mayores exigencias al sistema educativo.

Sin embargo, ya se cuenta con ciertos mecanismos que permiten flexibilizar el currículum: existen las horas de libre disposición de la difamada JEC (Jornada Escolar Completa Diurna), que ayuda a incorporar o reforzar tanto las asignaturas como el proyecto educativo de cada establecimiento educacional. También existe la posibilidad de elaborar programas y planes de estudio propios y un sinnúmero de otros programas que refuerzan otras las áreas del currículum y que son de interés general, tales como hábitos de vida saludables, enfoque de género, participación y convivencia. Estos últimos existen desde 2015. Pero, a pesar de ello, algo ocurre que seguimos creyendo que nos falta todo o que alguien “nos quieren tontos”.  

Hacer currículum implica tomar las mejores decisiones posibles, según múltiples variables y con recursos finitos. Y como toda política pública compleja, nunca dejará a todos contentos. Nuestro currículum no nos quiere tontos, ni tampoco lo somos, pero la evidencia muestra que criticar el sistema educativo será siempre rentable. Cuando alguien lee las Bases Curriculares, se informa de la cantidad de programas vigentes y toma una actitud activa y pregunta en el colegio de su hijo/a sobre el tema, se da cuenta de que las escuelas ya tienen bastante de eso que se dice que falta. 

Y si luego de estudiarlo alguien siente que hay algunos conocimientos, valores o actitudes que faltan, ¿es efectivamente labor de los profesores o las escuelas? ¿O son las familias quiénes deben inculcarlos?

Escrito por

Profesora de Educación Básica con mención en Lenguaje y Comunicación y magister en Innovación Curricular y Evaluación Educativa. Es educadora parental de Disciplina Positiva y madre de 3 hijas.

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