Fernando Mendoza

Estados Unidos: a 20 años de la invasión a Irak

27.04.2023
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Durante los últimos días de febrero, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, hizo un viaje por Ucrania y Polonia: la primera visita que el mandatario norteamericano hacía a dicho territorio.

Por entonces, se cumplía un año desde que comenzó la invasión rusa hacia Ucrania, transformándose esto en un mensaje de apoyo por parte de la potencia occidental más rica y armada a nivel militar en el mundo.

“El hecho que un país hubiera invadido otro utilizando más de 100.000 tropas es algo nunca antes visto desde la Segunda Guerra Mundial”, decía Biden durante su visita y con notoria falsedad. Y es que estas palabras olvidan que sí existió un ataque de esas características después de 1945: la invasión de Estados Unidos a Iraq en 2003. 

Un hecho trascendental para el inicio de ese conflicto fueron los atentados del 11 de septiembre de 2001.

La utilización de aviones comerciales como misiles para atacar hitos sensibles del poder estadounidense impactaron profundamente a millones de personas, que además pudieron ver los hechos transmitidos minuto a minuto en vivo a lo largo del planeta. 

Con más de 3.000 víctimas, se trataba de la primera vez que una fuerza externa atacaba suelo continental estadounidense, generando una inusual sensación de vulnerabilidad interna por parte de Washington. La responsabilidad del hecho recayó en una organización fundamentalista islámica llamada Al Qaeda, fundada y liderada por el saudita Osama Bin Laden, quien resultó expulsado de diversos países por sus tendencias extremas, estableciéndose en Afganistán a finales de los 90. 

Días después de los ataques, el gobierno de Estados Unidos exigió a Afganistán entregar inmediatamente a Osama Bin Laden por su responsabilidad en los hechos. Tras recibir una respuesta negativa del régimen Talibán, Washington pasó a liderar una coalición de más de 50 países con el objetivo doble de: derrocar al gobierno existente tras no querer cooperar con su petición; y de eliminar Al Qaeda para evitar un segundo ataque en suelo nacional. 

Al poco tiempo de iniciada la guerra, el gobierno de George W. Bush demostró un creciente interés de invadir un segundo país: Iraq. 

Liderado por una férrea dictadura encabezada por Saddam Hussein, no existía evidencia ni menos sospecha que su régimen tuviera algún nexo con Al Qaeda. De esta manera, para encontrar la justificación de invadir a un tercer territorio que no había tenido relación al ataque realizado a Washington, se introdujo la tesis que indicaba que Saddam tenía un arsenal de armas de destrucción masiva que podrían ser utilizadas en contra de Occidente o de Medio Oriente. 

Aunque el régimen iraquí permitió visitas de organismos occidentales que demostraron la invalidez de dicha teoría, la Casa Blanca mantuvo su postura. Incluso, el propio Secretario de Estado dio un discurso en la ONU asegurando la existencia de las armas, llevando a la instancia un pequeño tubo que exhibió como prueba de sus argumentos,  lo que fue demostrado ser falso semanas después del inicio de la guerra

A pesar de que la ONU no permitió a EE.UU. dar pie a la guerra, a la que varios gobiernos mostraron su abierta oposición y millones de personas alrededor del mundo marcharon en contra de su realización; no se cancelaron los planes. En marzo de 2003, Washington, apoyado por un reducido número de países, inició la invasión. 

Si bien la guerra fue meticulosamente organizada, la posguerra fue dejada bastante a la suerte del destino.

Una de las primeras decisiones de los ocupadores fue disolver el ejército local, generando que guerrillas locales se apoderaran de las armas, iniciando una mezcla de guerra civil y resistencia a la ocupación que dejó cientos de miles de muertes y años de profunda inestabilidad.

La ocupación terminó alargándose por décadas, provocando un altísimo costo económico y moral a la posición de Estados Unidos en el mundo. Este hecho generó una profunda indignación en un líder mundial que había llegado al poder hace apenas unos años: Vladimir Putin. La idea de invadir un país sin tener mayores sanciones y consecuencias posteriores, lo motivó -con el paso de los años- a tomar decisiones cada vez más arriesgadas en política internacional; algo que vio reflejado en su reciente invasión a Ucrania. 

Así, el aniversario de ambos conflictos demuestra cómo guerras unilaterales impulsadas por grandes potencias pueden terminar en consecuencias dramáticas para pueblos inocentes y afectar el propio poder de los gobernantes que pretendían aumentar con el conflicto. 

Escrito por

Fernando Mendoza estudió licenciatura en Historia en la Pontificia Universidad Católica de Chile y tiene un máster en Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona. Actualmente, tiene un newsletter de actualidad internacional llamado “La Dosis”

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