Ricardo Roa

El cascabel al gato

04.07.2022
compartir
Fb
Tw
In
Wa

Recuerdo que en el año 2011, cuando estaba en el colegio, me inscribí un fin de semana para ir a construir mediaguas. Quería conocer la experiencia y por esos años los voluntariados presagiaban nuevos amigos y gozaban de cierta moda. En eso, llegué a la comuna de Batuco donde había seis o siete familias que vivían en la orilla de un estero que hacía de pequeño basural. Constantemente nos interrumpían ráfagas ácidas y cálidas de podredumbre. El terreno era un barrial y, para levantar las mediaguas, tuvimos que cavar con mucha voluntad los pilotes que sostendrían las casas, montar los paneles de madera y finalmente apuntalar el techo. Fue intenso, pero lo logramos.

Al día siguiente supe que iba un grupo profesional de constructores que hacía el control de calidad, corregía nuestras fallas y daba alegría a los detalles. Por su puesto, con el paso del tiempo, no recuerdo los nombres de las familias a las que les construimos sus casas, y apenas me suenan sus caras, pero lo que sí retengo es la emoción resignada de las dueñas de casa cuando terminamos sus hogares. Eran pocas familias, y todas chilenas, y por entonces me consolaba pensar que esto se trataba de una desgracia transitoria. Que las cosas podían mejorar.

En 2022, hace pocos meses, volví a visitar un campamento. Las escalas y magnitudes cambiaron agresivamente. Según cifras recogidas por el Centro de Estudios Socio-Territoriales de Techo, en su Catastro Nacional de Campamentos 2021, la cantidad de familias viviendo en asentamientos precarios aumentó en un 224,5%, pasando de 5.991 familias a 19.444, solo en la región Metropolitana. A la fecha, se estima que el déficit de viviendas supera las 200.000 unidades en la región y que hay más de 900 campamentos en todo Chile. El tema ha sido recogido por medios internacionales, como El País, que destaca esta calamidad habitacional asociada a la crisis económica generada por la pandemia.

Al presente, ya no solo hay chilenos en estos asentamientos, sino inmigrantes haitianos, peruanos y venezolanos.

Así lo vi cuando fui a la toma que me tocó visitar en la comuna de Cerrillos, donde cerca de 500 familias viven en un gran descampado, lleno de polvo y sin acceso a servicios básicos (electricidad, agua potable y alcantarillado). Ese día, nos recibió una dirigente peruana que entregó detalles del campamento. Nos hablaba con palabras que aquí en Chile no solemos usar y me sonaban elocuentes o hermosas, o por lo menos prolijamente utilizadas. La acompañaba su hijo de cuatro o cinco años que apenas pronunciaba palabra. Un chiquillo desbordante y empolvado, que aún no conoce la escuela. El Ministerio de Educación tuvo que improvisar este año un Plan de Fortalecimiento de Matrícula ante la falta de cupos en colegios que reciben recursos públicos. El niño respondía a mi saludo con sílabas y sonidos guturales. No hay inscripción en las escuelas, me decía su madre mirando al piso, mientras me comentaba su miedo a que alguien se lo pudiera quitar. Por eso está pensando devolverlo a Perú y dejárselo a un hermano. También me contó que sentía angustia por las peleas, drogas, ventas de terreno, mafias y el peligro del lugar. Aquí no se ven casi personas mayores, solo gente joven y niños, además de mujeres que empujan a saltos sus coches por el terreno pelado. La mayoría de los habitantes construyeron sus viviendas a partir de los retiros en las AFP y los bonos estatales. Y es que muchos, luego de percatarse de los altos precios de los arriendos, oyeron de familiares o amigos que se tomaron terrenos en Cerrillos, Lampa, Renca, La Florida, Cerro Navia o Colina.

La realidad del campamento es dura. No hay sombra, no hay árboles. De hecho, no hay nada semejante al color verde.

La extensión propuesta por el lugar es realmente espectacular, se parece más a un paisaje marciano y hace sentir un incómodo recogimiento. De pronto, mi compañero de trabajo interrumpe mi estado espacial y me dice alarmado: Mira, cagó el gato. Era un pequeño gato de dos o tres meses e hizo lo que pudo. Una jauría de perros lo tenía acorralado en medio del camino. El felino, que erizaba el lomo y agravaba su maullido con toda la fuerza del miedo, logró contener por unos instantes a los perros que lo rodeaban, hasta que consecutivamente uno lo mordió por el costado y el otro por el cuello. En pocos segundos lo mataron casi desmembrándolo. Pobre, pensé, mientras escuchaba risas, gritos, y palabras en creole.Y quién, sino un ser arrinconado por los cuatro costados, escoge la espada por sobre la pared. Actualmente, cientos de miles de familias han sido acorraladas por las circunstancias y en todo el país prolifera una nueva Cuestión Social. Hay un campamento, por ejemplo, que con humor negro o tal vez lúcido se bautizó como Nadie nos conoce; ellos cuelgan de un cerro en la comuna de Renca. Hay otro que se llama Bosque Hermoso en Lampa y lo llaman Lamparaíso. Otros dos se llaman El Esfuerzo y El Esfuerzo II, como si fueran el remake de una película. Luego tres que quisieron compartir una cualidad: Dignidad,Dignidad de la Florida, Hijos de la Dignidad. Otro que se llama El sueño de todos. Me fijo en los nombres porque todo en la realidad es narrativo y como dice el escritor brasileño, Rubem Fonseca, a lo único que hay que tenerle miedo es a las palabras, no a la realidad. A la realidad no queda más que envestirla y trabajar día a día por transformarla o ponerle el cascabel al gato.

Escrito por

Ricardo Roa es sociólogo y minor en Políticas Públicas de la Universidad Católica. En su trabajo, aborda temáticas de sostenibilidad y relacionamiento comunitario.

Relacionados

compartir
Fb
Tw
In
Wa