Tatiana Camps

La impertinencia de ser mujer

22.06.2022
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Hace unos meses, en un evento realizado en el marco de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, se me acercó una mujer joven y me preguntó mi opinión respecto al impacto que tienen los entornos altamente masculinizados en la fertilidad.

No lo había pensado, pero su pregunta me hizo mucho sentido. Y es que sus inquietudes tenían que ver con su experiencia, como ejecutiva, al enfrentarse a un tratamiento de fertilización asistida en un contexto altamente exigente en términos laborales. Unos días después me compartió el artículo “¿La fertilidad es un tema que se debe abordar en la oficina?”, publicado en el Diario Financiero que, justamente, se trataba sobre la dificultad de compatibilizar el trabajo con estas prestaciones. 

No pasaron más de 24 horas cuando otra mujer, en una de las charlas, me preguntó: “¿Cómo hacer entender a mi jefe hombre sobre las variabilidades en productividad, asociadas al ciclo hormonal?”. Como si hubiera que explicar algo. Como si los seres humanos no nos enfrentáramos a diversos factores -biológicos, afectivos, psicológicos- que afectaran de manera inevitable nuestra productividad. ¿Alguien ha tenido que justificar su cambio en el rendimiento frente a los malos resultados de su equipo de fútbol o acerca de su condición jaquecosa? Hay tantos mitos en torno al ciclo menstrual que lo único que nos queda es negarlos. La neurocientífica, Gina Rippon, en su libro “El género y nuestros cerebros” afirma que las variaciones emocionales que reconocen algunas mujeres en sus ciclos son de origen cultural y que: “hay cambios muy positivos cuando llega el momento de la ovulación: mejora la respuesta a la información sensorial, por ejemplo, y hay un mejor tiempo de reacción”. Pero, claro, en el mundo corporativo, el foco sólo se pone en lo negativo. 

Pareciera que ser mujer resulta una impertinencia en el mundo laboral. Y es que las discriminaciones aparecen desde diversos frentes.

Pensemos en la brecha salarial que aún existe en las empresas. De acuerdo a datos del Instituto Nacional de Estadísticas de Chile (INE), la brecha salarial -diferencia de sueldo entre hombres y mujeres para un mismo cargo y misma experiencia- llegó a un 20% durante agosto de 2021. Estas diferencias se basan simplemente en sesgos culturales. Primero, está la idea que las mujeres no necesitan el sueldo porque hay un hombre que es el proveedor de la familia. Sin embargo, de acuerdo a una investigación realizada en enero por la Fundación Todas y Cadem, el 60% de las mujeres se declaró como jefa de hogar, mientras el 48% reveló ser la principal sostenedora de su grupo familiar

Segundo, le pagan menos a las mujeres simplemente porque pueden. Hace un tiempo, el dueño de una empresa de ingeniería me dijo que solo contrataba mujeres “por ¾ de jornada, porque hacen el mismo trabajo que un hombre en jornada completa y además están agradecidas porque se pueden ir temprano a sus casas”. Alguien más le dijo que eso se parecía a la explotación. Yo no encontré una manera apropiada de decirle lo que pensaba.

Pareciera que ser mujer resulta una impertinencia en el mundo laboral. Otro ejemplo que tiene que ver con las discriminaciones por maternidad: una ingeniera que recién había terminado su post-natal, contó que al volver a su trabajo fue encarada por sus jefaturas, que le dijeron que ahora tenía que rendir al 120% para recuperar todo el tiempo que había perdido. Una verdadera agresión, si se considera que las licencias por maternidad se planifican con anticipación y permiten preparar un plan de reemplazo pertinente. 

En este sistema poco amable con las necesidades de las mujeres y que aún no tiene enfoque de género, no puedo dejar de mencionar los abusos y acosos sexuales. “A mi nunca me han acosado ni discriminado”, me decía una ex gerenta de una empresa minera. Le conté que una compañera de la universidad decía lo mismo respecto a su experiencia. Sin embargo, yo estaba sentada a su lado cuando en un examen donde necesitaba nota, el profesor se acercó y le dijo que no se preocupara, que podían hacer la corrección en su departamento. La ejecutiva me respondió con mucha naturalidad:

“Claro, eso también me pasó”, pero luego agregó sorprendida: “Lo tengo naturalizado”.


Pareciera que ser mujer resulta una impertinencia en el mundo laboral. Y es que todas estas situaciones -violentas y agresivas-, parecen normales en un mundo que sigue priorizando los resultados y no logra entender que, sin bienestar humano, no podemos avanzar en productividad. Como desafío, debemos mirar lo que hacen otros países, que con altos índices de felicidad, equidad de género y productividad -como Noruega, Suiza, Finlandia-, logran organizarse de manera que, lo humano, es oportuno y valorado al interior de las organizaciones públicas y privadas.

Escrito por

Tatiana Camps es magíster en biología-cultural con el Dr. Humberto Maturana y diplomada en negocios de la Universidad de Harvard. Es consultora en transformación organizacional y autora de “Liderar desde lo femenino”.

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