Ritmo Estudio

Fabrizio Copano, comediante y fundador de Cardigan

15.01.2024
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Puede que al escuchar su nombre, la gente asocie su figura con el humor. Que se acuerden de sus icónicos personajes en El Club de la Comedia o de sus presentaciones en el Festival de Viña. Sin embargo, lo que muchos no conocen es el trabajo que Fabrizio Copano ha hecho detrás del escenario para poder internacionalizar una carrera que le ha permitido situarse como uno de los comediantes y comunicadores latinoamericanos con más proyección de la actualidad. ¿Cómo trabaja este creativo las ideas que le han permitido trazar su camino hasta Nueva York, la cuna del stand-up comedy? 

Por Trinidad Rojas y Sofía Aldea

Fabrizio Copano (34) tenía apenas 13 años cuando vivió algo parecido a una revelación. Un momento que, sin querer, marcaría el rumbo de su vida. Ocurrió cuando vio por primera vez el documental Comedian, de Jerry Seinfeld; un largometraje que sigue los pasos del exitoso comediante estadounidense en su regreso a los escenarios después de retirarse de su serie de televisión “Seinfeld”, una de las más influyentes y recordadas de la industria. 

Era principios de los 2000 y el stand-up comedy no existía en Chile. O no, al menos, de la manera que lo conocemos ahora. En un país que escuchaba Axé y que empezaba a despercudirse de la rigidez cultural heredada de la dictadura, Comedian era diferente. Se sentía diferente. “Cuando lo vi, dije: esto es”, recuerda Fabrizio.

“Me pareció fascinante la vida de los comediantes; hacían reír a la gente, eran respetados y vistos como artistas. Luego apareció en la historia el dinamismo de la vida en Nueva York, que me enamoró. Desde ahí que tracé mi idea”. 

Pasaron más de 20 años para que Copano dejara su casa en La Florida y se presentara en los escenarios más emblemáticos de la industria, como el del Comedy Cellar o el del Late Late Show de James Corden. Pero llegar ahí ha implicado tomar una serie de decisiones que van más allá de solo pensar en hacer reír a los demás. Después de su debut en El Club de la Comedia de Chilevisión -y de hacerse un nombre en el circuito local, actuando en diversos escenarios, entre los que destaca el Festival de Viña del Mar-, en 2017 viajó a México para comenzar a internacionalizar su carrera. Lo que buscaba era desarrollar un lenguaje potencialmente universal. 

“Tomar una decisión así no es racional”, asegura. “Por mucho que suene obvio que hay que ir a buscar otros horizontes, es muy poco práctico. Necesitas recursos y tiempo. Tienes que desaparecer de tus círculos sociales por un rato, alejarte de tu familia, vender tus cosas. En ese momento, estaba chato de lo que estaba haciendo en Chile, así que compré el pasaje no más. Y fue como: ahora tengo tres semanas para solucionar esta huevada”. 

Fabrizio cuenta que ha pasado por tantos escenarios como le ha sido posible. Ha tenido noches buenas. Otras difíciles. Ha probado chistes que no han funcionado y ha atesorado otros que no pasan de moda. Le ha ido bien. Tanto así, que hace dos años está viviendo en Nueva York, junto a su esposa y tres hijos. Allí trabaja con WME, una de las productoras de talentos más grandes del mundo, se presenta todas las semanas en diversos bares y clubes de comedia y pasa sus días en la oficina que arrienda frente al Empire State, donde graba su podcast Escápate de tu Casa y trabaja en Cardigan, su propia empresa de contenidos.

“Mi lógica siempre ha sido pensar en qué espacio alguien me rechazaría, y ganarme ese lugar. Esta actitud quizás viene de una consciencia de clase, de la necesidad de tener que demostrar”, explica. “Por ocho años, no hice plata y usé mis ahorros en esta aventura. Ahora, por suerte, tengo un sistema que me permite seguir conectado a Chile y los objetivos que tracé se han hecho realidad”.

Acabas de lanzar Cardigan. ¿De qué se trata este proyecto?

Hace rato que tenía ganas de desarrollar algo que no fuera personal. Que fuera una marca. Cardigan es una palabra que funciona en español y en inglés, y que no tiene la misma presencia que si el proyecto se llamara Fabrizio Copano Producciones. Eso me gusta. También me gusta que todavía no sé bien qué es, ni de qué se trata. Porque ofrecemos creación de contenidos, pero también me encantaría hacer ropa o editar una revista. Quiero que Cardigan sea un concepto que se pueda desarrollar en diferentes formatos. Que sea un tono. 

Hablemos de creatividad. ¿Cómo trabajas tus ideas? 

El proceso es siempre muy caótico y parte de algo que después pasa a ser otra cosa. No es lineal. A veces hay ideas que están botadas por años y después digo: ‘ah, mira, verdad que podríamos haber hecho esto’. En mi celular tengo tres carpetas de anotaciones: ideas en inglés, ideas en español e ideas en general. Y ahí vomito todo lo que voy pensando. En el día, en la tarde. En todo momento. Pueden ser desde cosas como: ‘deberíamos hacer un show en la Copec’, hasta comentarios abstractos del tipo: ‘la gente tiene esta sensación respecto a este tema’. Cada cierto tiempo voy revisando; releyendo, releyendo y releyendo, y así se van disparando nuevas ideas. 

Creciste en el stand-up junto a una generación de comediantes, que además son tus amigos. ¿El proyecto de profesionalizar lo que hacían fue articulado de manera colectiva?

Exacto. Una de las cosas de la que me siento más orgulloso es que cuando partimos con Pedro Ruminot y Sergio Freire nos parábamos en cualquier escenario, porque ni siquiera se entendía el concepto del stand-up. No existía. Lo hacíamos en discoteques en medio de la noche, en lugares abiertos. Una vez hasta nos tocó en una iglesia. A veces llegábamos y los tipos nos decían: ¿necesitan micrófonos? Y nosotros como: sí, obvio. En nuestro podcast Hablemos de Comedia nos reímos mucho de esto. Me acuerdo de una gira a la que llamamos ‘la camino de tierra’, porque el tipo, para no pagar peaje, se iba por la caletera. Tenemos un montón de anécdotas de la precarización de la industria. 

¿Por qué elegiste el humor como lenguaje creativo?

Tiene mucho que ver con mi personalidad. Yo siempre pensé en cómo llamar la atención, en términos financieros y de lenguaje. Y la comedia es lo mejor, porque puede haber mucho ruido, pero un buen chiste siempre cala. En una época más adolescente, buscando acercarme al sexo opuesto, entrar por el humor siempre era muy efectivo. Imbatible. También es una forma de juego para mostrar la inteligencia. Para demostrar tu velocidad mental.

Hablaste de tener consciencia de clase. ¿Cómo usaste esa experiencia en el diseño de tu proyecto profesional?  

Pasaron varias cosas que me beneficiaron. Una es que mi apellido es confuso y la gente no lo puede poner inmediatamente en una caja. Eso ayuda en Chile, lamentablemente. Creo que cuando partimos con mi hermano (Nicolás Copano) había un momento y una necesidad de abrir la tele a la clase media. Y en los inicios o a mediados de los 2000, se abrió esa puerta. Pienso mucho en El Club de la Comedia, un programa lleno de cabros… Pedro (Ruminot), Sergio (Freire), todos, que veníamos de La Florida o Maipú.

No nos parecíamos a la gente que había antes en televisión e inmediatamente hubo un salto en rating, porque fue como: wow. Existen. Al fin. 

Nosotros somos afortunados porque mi familia es de clase media y nos tocó los noventa de la Concertación, que potenció muchísimo nuestra calidad de vida. Con ellos, a La Florida llegó el cable y el internet. Todos estos factores confluyeron, accidentalmente, y algunos pudimos entrar a la televisión por la puerta de atrás, pero vivimos mucho rato siendo juzgados y sufriendo micro agresiones de clase. Con los años, te vas dando cuenta de qué ridícula es la gente y que es heavy cómo su percepción cambia por un par de hitos. Me pasó; lo viví y lo sentí. Cuando en Chile me vieron en The Late Late Show with James Corden hablando en inglés, y hablándolo bien, fue como: ‘ah, ya. Ahora podemos conversar con él’. Cambió completamente la percepción. 

Siempre te has mantenido haciendo contenidos independientes. ¿Cuán importante crees que es crear no pensando en que lo que haces tenga que ser comprado por alguien?

Eso lo aprendí de mi hermano. Él tiene un rollo con la tecnología, con la libertad editorial y con hacer medios propios. También tiene que ver con una percepción de que para qué voy a tener que pedir que toda esta estructura se mueva y me de una oportunidad, si con tres cámaras en mi casa, funciona. La gente llega porque respeta la autenticidad. 

Actualmente, he desarrollado proyectos junto a un equipo donde trabaja María José Tapia en las visuales, Fernanda Garriga en el diseño de los shows del Caupolicán y Viña, y Valentina Palavecino en la fotografía. Son puras cabras menores de 35 años que siempre han tenido que hacer sus propias cosas, y que tienen heavy más talento que gente que está muy establecida. Ellas han tenido que vivir el videoclip del artista que llega tres horas tarde, que no paga nunca, que desaparece. Y luego igual crean algo maravilloso, porque saben hacerlo. El talento que hay es genial. 

Se nota que te preocupas por la imagen y que trabajas para desarrollar la tuya. ¿De dónde y por qué viene ese interés en que tus contenidos estén bien diseñados?

A mí siempre me ha gustado el diseño. El diseño gráfico, las visuales. Y la verdad es que nunca pensé que podía llevar eso a mi trabajo de stand-up, porque creía que la gente se reiría menos si había alguien muy bien vestido. Puros prejuicios. Con el tiempo, me atreví a meter más elementos. Y me encanta. Encuentro que cuando presentas algo pensado desde lo visual, inmediatamente estás un paso más adelante.

Desde que comenzaste ha cambiado mucho el stand-up en Chile.

Sí, principalmente porque ahora la gente entiende lo que es. Hay súper buenos exponentes masculinos y femeninos, y también una suerte de competencia. En Santiago, el otro día, estábamos haciendo el Hablemos de Comedia en vivo desde el Nescafé; Lucas y Socias, que son otros comediantes muy talentosos, estaban en el Teatro Oriente con un show sold out; dos comediantes argentinos, Fernando Saljiao y Pablo Fábregas, se presentaban en un teatro todo vendido; el comedy, por supuesto, tenía su show esa noche y Edo Caroe, también. Haber pasado de la gira del camino de tierra a esto, nos dice que ya hay algo. 

Actualmente existe una suerte de industria, aunque sigue siendo precarizada, sobre todo para quienes están partiendo. ¿Qué es lo que hay que trabajar para disminuir estas barreras?

Si pudiera soñar, creo que sería bacán desfestivalizar a los comediantes. Que se pueda lograr el éxito sin tener que pasar por Viña y Olmué, porque eso le da las llaves del poder a ciertos ejecutivos que empiezan con eso de: ‘a ti te voy a hacer famoso y a ti no’. Esta emancipación ya está pasando, y un ejemplo concreto es la Paloma Salas; una comediante que crece, crece y crece y no quiere ir a un festival. Lo mismo Edo Caroe, que fue a festivales y que es muy de tele, pero aún así logró un Movistar lleno, muy alejado de eso.

He visto que a comediantes súper consagrados les cambian todo, les dicen qué tienen que hacer. Pero mientras más poder pierdan estos gatekeepers, habrá más posibilidades de que aparezcan todo tipo de comediantes, ya que no será necesario recorrer el mismo camino.

Obviamente, a esto tienen que sumarse ciertos estándares laborales básicos, como el pago a teloneros y el pago al comediante. 

La diferencia en las industrias creativas -y en particular en la comedia-, entre Chile y Estados Unidos, es abismal. Pero en concreto, ¿en qué se nota esa diferencia?

Primero, en que existen ciertos estándares básicos. Incluso en el club más pequeño de Oklahoma el comediante gana, el equipo gana, el show tiene una duración y te llevas un porcentaje que está previamente definido. Todo está muy reglamentado, lo que permite que cuando un comediante empieza a viajar, pueda tener una vida decente. Esto genera, además, que el nivel sea muy bueno. Así que empiezas a ponerte techos más altos, a exigirte más. El que haya un camino calma la ansiedad y te da una cierta visión de dónde estás en el mapa. En Estados Unidos, me he sorprendido de lo bien que se gana viajando. Yo no lleno todos los locales, estoy partiendo, y ya es como: ok. Esta gente puede vivir de hacer tours toda la vida.    

Tener reglas estandarizadas también permite a los comediantes lograr el estado de gracia que se necesita para hacer reír. Por ejemplo, en el Comedy Cellar te sientan a la hora y te guardan los celulares. Si alguien quiere hablar, tiene que salir. Hay gente encargada de que el público no grite y de callar a la mesa que está hablando. Todo el público mira al comediante; la luz es la correcta, se escucha bien en todos lados. No tienes que estar peleando contra la juguera en la que están preparando el mojito, que son cosas que pasan en Chile, donde a veces incluso te graban con el celular. Eso es súper incómodo, ya que se siente como si te estuvieran sapeando. Cuando haces humor necesitas libertad para poder equivocarte. Para poder decir cosas que ni siquiera piensas. 

Hay algo que tiene la comedia -y también los buenos medios de comunicación-, que es que lo que haces está atravesado por el interés y la validación de una audiencia. Para ser divertido, alguien te tiene que encontrar divertido. ¿Cómo la conciencia de un otro te ayuda a llegar a mejores contenidos?

A mí me encanta, porque tienes que conectar. No puedes hacer stand-up en tu casa, escribir la rutina en un Word y recitarla. No funciona así. Por mucho que tengas una idea muy buena, de repente te subes a un escenario y no pasa nada. Y si no pasa nada, no pasa nada nomás. Se murió. Este oficio requiere de estar muy conectado con las personas y aprender a encontrar un punto medio entre lo que quieres decir y cómo comunicarlo. No es como el trabajo de un pintor que tiene un estudio y después de meses pintando, presenta su obra, recibe algún feedback y vuelve a pintar. Nosotros pintamos con cientos de personas gritando en vivo si les parece que está buena o mala la pintura. Y uno tiene que escuchar, pero tampoco dejar de ser quién eres. El trabajo es aprender dónde está el otro y dónde está uno, y cuál es ese punto común en el que nos encontramos. 

¿Qué consejo le darías a alguien que quiere emprender un proyecto creativo para poder desarrollarlo en el tiempo?

Creo que el mejor consejo es siempre hacer amigos en el camino. Invitar a otros a tu proyecto, aunque sea por un rato. No hay que llevarse la pelota para la casa. Es muy fácil bajarse de un tren cuando sientes que estás empujando todo solo, así que es mejor encontrar gente que esté en la misma y construir comunidad en torno a la idea.

Eso ayuda muchísimo a que no se transforme sólo en trabajo, sino también en algo divertido. Y ayuda también a abrir tu cabeza. A escuchar qué es lo que piensan los demás, a no enamorarte de tus ideas.

Además, cuando fallas, lo haces en grupo y tienes con quién ir a tomarte un copete. En el mundo empresarial, a veces las cosas se presentan desde la competencia o desde la idea de que todo el mundo es desechable. Pero si algo agradezco, es tener todavía a los amigos con los que hacíamos shows para tres personas y ahora estar haciendo shows para 5.000. Eso es el éxito.

Escrito por

Consultora estratégica de contenido enfocada en desarrollar identidades y relatos para organizaciones, instituciones y marcas. Es creadora de Ritmo Media.

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