Ritmo Estudio

Alfredo Duarte, diseñador

15.11.2023
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Alfredo Duarte es un creativo que apuesta por combinar intereses y conocimientos multidisciplinares como la música, el lenguaje de código y el diseño. Más que un artista, se define a sí mismo como un prestador de servicios. Uno que cree, ante todo, en la creación de soluciones colaborativas a partir del pensamiento sistémico.


A los 15 años, Alfredo Duarte (36) -diseñador de la Universidad Católica de Chile y certificado en Música Electroacústica-, recuerda que tuvo una especie de revelación cuando se dio cuenta de que quería dedicar su vida a hacer páginas web. Esa inusual claridad para un adolescente vino dada de la mano de la Revista Fibra, medio de la empresa Telefónica CTC Chile, cuya editora general fue Andrea Palet y la directora de arte la diseñadora Piedad Rivadeneira. 

“Siempre estuve muy ligado a la tecnología. Creo que se debió, sobre todo, porque acompañaba a mi papá a su trabajo los fines de semana para compartir con él. Recuerdo estar ahí, en un computador, e imprimir fotos de Dragon Ball que sacaba de Altavista o Yahoo. También de llegar a la última página de Google”, dice. “Mi papá, además, nos programaba juegos en Atari”.

La Revista Fibra -esa a la que Alfredo le seguía la pista- no solo contaba con una versión en papel. En ese Chile de los 90, donde comenzaba a surgir y penetrar Internet, Fibra tenía diversos sitios web: uno por cada edición. Su intuición le decía que ahí había algo por explorar. Así, estando en el colegio, aprendió a usar Macromedia Flash y comenzó a hacer páginas web para su banda de música. “Nuestros compañeros se reían de que teníamos más páginas que canciones, porque yo hacía una cada fin de semana”, recuerda. “Al salir del colegio me pregunté: ¿qué tengo que estudiar para seguir haciendo esto? La respuesta fue Diseño”.

Alfredo se define como un diseñador interdisciplinario, que combina su pasión por la música, la programación y el lenguaje de códigos con su habilidad y mirada relativa al mundo del arte y la estética.

Ha sido esa suma de intereses la que lo ha llevado a trabajar en diversas agencias y empresas, como Felicidad Pública y el Laboratorio de Contenidos de Marca de La Tercera, y a exponer en el MNBA, MAC, Espacio Fundación Telefónica, Neo Shibuya en Tokio y Demo Festival en Países Bajos. Actualmente, es parte del equipo de diseño de Lemu, una startup que busca financiar la protección del 1% de la Tierra, mediante la inversión en proyectos de conservación.


¿Qué es lo primero que haces al recibir un trabajo y cómo se va desarrollando ese proceso a lo largo del tiempo? 

En mi caso es un proceso bien estructurado, tal como lo es el trabajo de un gásfiter, un dentista o un mesero en un restorán. Primero, tenemos que encontrar puntos en común, para eso está la búsqueda de antecedentes y referentes, tanto propios como del cliente. Eso es lo que permite entender la sensación a largo plazo de lo que se quiere o necesita hacer y el mercado potencial. Uno no tiene todas las respuestas, así que es mucho mejor si todos llegamos a la mesa con ideas para compartir y ponernos de acuerdo. Solo así podemos sincronizar las expectativas y avanzar en versiones hasta llegar al resultado.

Nunca me ha gustado la idea de ser un diseñador artista que viene a resolver las cosas con su genialidad.

Creo que es un infantilismo ver nuestro trabajo así. Yo me percibo como un prestador de servicios; como una persona que acompaña a alguien que tiene un problema y que no es capaz de solucionarlo con sus propias herramientas. Y que por eso necesita de otros profesionales, como yo. El modelo de negocios no es de artista, y eso es importante entenderlo. En mi caso, uno cobra por las horas que está sentado en un computador haciendo una tarea determinada. 

Dentro de esa industria de prestadores de servicios, ¿cómo definirías tu sello?  

En general, me cuesta comunicar lo que hago. Por eso tengo proyectos personales que me permiten ir mostrando quién soy, pero a modo de playground. Mi sello, creo, es tener experiencia en un tipo de solución, que son las comunicaciones en entornos digitales. Esta expertiz involucra diseño, sistemas de código, formatos de medios e integración de data con resultados visuales. 

¿Y cómo te relacionas, entonces, con lo autoral en tu trabajo creativo?

El modelo de negocios de lo que hago no busca desarrollar un estilo identificable, sino un método de trabajo confiable. Lo primero -tener un estilo- podría ser el modelo de un artista, donde la creación de valor va ligada al reconocimiento y la autoría. Pero los servicios no funcionan así: el valor que generas crece en la medida que puedes solucionar problemas más complejos o de nichos más rentables. 

Hay algo que me enteré de mí hace poco, y es que me gusta mucho aprender y enseñar. Por eso creo que no me puedo sentir autor de nada, porque todo lo que hago lo he ido aprendiendo, en el sentido más profundo. No puedes ser autor de tus palabras si en algún minuto te las enseñaron otras personas. Con el código pasa lo mismo; hay reciclaje. Eso me resulta fascinante, porque te permite ahorrar tiempo para desarrollar soluciones más grandes y mezclar elementos que de otra forma no se podrían combinar. 

Para mí los proyectos son originales en la medida en que ocurren en la realidad de una manera única. Esto es algo de lo que me hice consciente trabajando junto a Raina Liao, una percusionista coreana-canadiense que tiene sinestesia, y que cada vez que toca, percibe colores. Ella necesitaba a alguien que le hiciera un video que le permitiera mostrar esa experiencia a su audiencia, y para ejecutar esa idea se necesitaron códigos. Para dar con la propuesta que desarrollamos juntos, combiné distintos resultados; alguien, en algún minuto, había solucionado una parte del problema y otra persona había propuesto una siguiente solución. Y así varias veces. Haciendo con otros es como diseñamos mejores soluciones. El trabajo colaborativo es muy importante. 

¿En qué momento te diste cuenta de que tenías que desarrollar un modelo de negocios? ¿Qué tan importante crees que es tener uno para trabajar en las industrias creativas? 

Fue paulatino. Tuve la suerte de trabajar en Felicidad Pública, donde se me fueron dando varias oportunidades para ir creciendo y entendiendo cómo funciona una agencia de diseño por dentro. Además, lo fuimos entendiendo en las conversaciones por WhatsApp con los amigos diseñadores, donde todos preguntábamos: ¿oye, cuánto cobro? Nadie sabía hacerlo. Ahorra mucho sufrimiento y desilusión entender que existe una dimensión comercial que es la que permite que pagues el arriendo a fin de mes, salgas a comer o le puedas comprar un regalo a tus papás para el cumpleaños.


Crees que esa noción del trabajo creativo como un negocio que debería ser justo y rentable, ¿es común en el mundo del diseño? 

No mucho. A pesar de que se podría decir que el trabajo no nos valida como personas, igual uno siente la necesidad de reafirmarse por lo que hace, sobre todo cuando no tienes contactos al salir de la universidad, como en mi caso. El sistema de precarización de las industrias creativas genera muchas frustraciones, que son sistémicas e innegables, y no individuales. Creo que para evitarlas, hay que tratar de ser honesto y entender que quizás vas a tener que pasar un año comiendo pizza a las 10:00 de la noche, pero que será solo por un tiempo y que es por un bien mayor, ya sea porque estás conociendo personas maravillosas, aprendiendo cómo funciona tu rubro o ganando experiencia.

Lo positivo es que se están abriendo nuevos espacios para las y los diseñadores.

Gracias a Internet existe un mayor alcance, y con eso tu trabajo puede aparecer destacado en páginas de diseño internacionales, donde más personas de más lugares ven lo que haces. Ahora es posible trabajar desde Chile para el extranjero y cobrar en dólares, algo que era impensado hace algunos años. 

¿Qué tan relevante es pensar y diseñar soluciones centradas en las y los usuarios al momento de trabajar en entornos digitales? 

Es difícil ser honesto con el usuario cuando siempre estás tratando de conseguir que haga algo. Hace poco leí una frase en un libro que decía que las mentes más inteligentes de nuestra época están preocupadas de mostrarles anuncios a la gente. Y es cierto, por lo que es difícil distinguir. Hay pequeños gestos y patrones estudiados del comportamiento humano que uno puede usar para que el usuario pueda navegar y conseguir un objetivo, pero ¿quién define ese objetivo? ¿Y en beneficio de quién es? Esas respuestas están en la definición del modelo de negocio de cada empresa, y como diseñadores la mayoría de las veces no podemos hacernos cargo de eso.

Actualmente, trabajas en Lemu, una plataforma digital que busca financiar la protección del 1% de la Tierra mediante la inversión en proyectos de conservación. ¿En qué ha consistido tu trabajo como diseñador ahí? ¿Cómo has incorporado la dimensión de la creatividad y la innovación? 

Lemu llegó en un momento bien particular, cuando me estaba yendo de Chile acompañando a mi pareja, que es artista, porque ella se ganó una beca para estudiar en España. En ese minuto, llevaba tres años siendo freelance y lo más práctico era seguir siéndolo, pero sabía que no me estaba funcionando tanto profesional como personalmente. Me sentía muy solo y necesitaba participar de algo que apuntara a tener un impacto más grande, donde el diseño fuera una pieza del proceso y no el centro. Además, la manera en la que estaba inserto en el mercado creativo chileno, que se caracteriza por la escasez, no me permitía participar de una comunidad en el día a día.

Es muy atractiva la idea de trabajar en un proyecto que va creciendo y que tiene un objetivo a largo plazo. Así que en junio, cuando me invitaron a postular a Lemu, no la pensé dos veces. Ahí soy parte del equipo de diseño de producto, es decir, la app; y es súper interesante, porque lo que estamos haciendo involucra el desarrollo de un satélite que va a medir el impacto de proyectos de conservación de todo el mundo, para que las personas puedan decidir en base a datos cuál quieren apoyar desde la app.

Una startup es un lugar de trabajo entretenido para los diseñadores; probamos constantemente, a veces dando palos de ciego y viendo qué funciona y qué no.

Hay espacio para hacer mejoras y pruebas en base a métricas y objetivos para medir el éxito de las soluciones que vamos desarrollando. Mi trabajo como diseñador ya no es decidir si el logo es rojo o verde, sino que es velar que el objetivo se cumpla en términos de comportamiento del usuario. Y ese objetivo está definido en base a métricas de negocio, técnicas y de usabilidad. Una vez definido este problema, el diseño tiene que considerar todas estas variables -además de las estéticas y de comunicación-, para llegar a una solución que termina siendo colaborativa.

Somos un equipo grande de diseñadores, programadores, científicos biológicos y de datos, managers, abogados y psicólogos de varios países, y eso me ha permitido estar hiperconectado. Al final, sacrifiqué un poco lo que ganaba siendo freelance por obtener esta experiencia, porque tenía claro que es lo que necesitaba en este momento. 

¿Qué consejo le darías a alguien que está entrando a participar de las industrias creativas para desarrollarse profesionalmente ahí?

Tener claro por qué uno está haciendo lo que hace. Cuando estaba en la universidad, me dijeron: “hay tres razones para tomar una pega: por el pago, por el prestigio que puedes ganar o porque lo vas a pasar bien, pero solo se pueden dar dos de esos tres factores”. Creo que es un buen punto de partida para pensar las cosas. Saber cuál es el tipo de valor que quieres generar permite ordenar tus prioridades.

Escrito por

Consultora estratégica de contenido enfocada en desarrollar identidades y relatos para organizaciones, instituciones y marcas. Es creadora de Ritmo Media.

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