Catalina Urrejola

La Vía Láctea y su vecindario: ¿Por qué nos interesa observar?

27.06.2022
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Hace años tengo un gusto (o, quizás, una manía) por mirar el cielo y tratar de encontrar constelaciones. Absorta por su inmensidad, suelo distinguir fácilmente la constelación de Orión -más conocida como “Las Tres Marías”-, y en invierno busco la de Escorpión, que tiene una cola muy bien delineada por las estrellas. Es una de las más lindas que conozco.

Como buena santiaguina, crecí acostumbrada a ver muy pocas estrellas. Y es que aquí solo se ven las más brillantes por la contaminación lumínica, que es muy alta y nos prohíbe disfrutar del hermoso cielo nocturno. Aún así, esta experiencia fue suficiente para despertar en mí la inquietud y curiosidad por saber lo que se esconde allá lejos, detrás del cielo.

Carl Sagan, unos de los divulgadores científicos más importantes de todos los tiempos, decía una frase que marcó mi vida: Hay tantas estrellas como granos de arena en las playas del mundo. Una oración que, por muy cliché que suene, tiene mucha verdad. Haciendo cálculos robustos, se ha estimado que el número de estrellas existentes corresponde a más del doble de los granos de arena que existen en el planeta. Eso me hizo dimensionar -hasta un cierto punto- la inmensidad del Universo y lo pequeños que somos en comparación a él.

Así, un par de años más tarde, me encontré estudiando Física y Astronomía, interesada en aprender los distintos métodos para calcular las distancias, temperaturas y movimientos de los elementos que encontramos en el Universo. Ahí fue también donde despertó mi fascinación por las galaxias: los objetos más grandes del Universo de manera individual. Las galaxias están compuestas de tres elementos principales: estrellas, gas y materia oscura; ligados todos por la gravedad, que permite que estos no se ‘evaporen’. Algunas galaxias están naciendo, otras están en su apogeo y algunas están muriendo con el objetivo de servir como material para una nueva generación de estrellas. Es ahí donde ocurre el ciclo de la vida. 

El astrónomo Edwin Hubble observó muchas de ellas, notando la diversidad en morfologías, colores y ambientes, y dando pistas de cómo se relacionan según su forma. Dentro ellas, encontramos galaxias muy similares a la Vía Láctea, tanto en tamaño como en forma. Hubble ordenó las morfologías de las galaxias en lo que se conoce como Hubble tuning fork Diagram o el Diagrama Diapasón. De acuerdo a este modelo, se pensaba que las galaxias más esféricas -llamadas elípticas- evolucionaban en las galaxias de tipo espiral, como la Vía Láctea. Sin embargo, y de acuerdo a los estudios astronómicos posteriores, ¡la evolución era a la inversa! Es decir, al evolucionar las galaxias espirales se convierten en elípticas.

Como astrónoma, suelo escuchar las preguntas: ¿por qué estudiar galaxias parecidas a la nuestra? ¿Para qué sirve?

Pensemos que vamos al sur y entramos en un bosque muy grande. ¿Somos capaces de ver todos los árboles? ¿Podemos ver cómo están distribuidos? Probablemente, no. Esto es lo que pasa con nosotros y nuestra posición al interior de la Vía Láctea. Diversos estudios, como por ejemplo, The local spiral structure of the Milky Way (2016); han revelado que estamos en uno de los brazos espirales de nuestra galaxia, pero por la inmensidad y velocidad a la que nos movemos dentro de ella, es imposible observar cada elemento que la compone.

Al estudiar galaxias similares a la nuestra, podemos llegar a soluciones o hipótesis de nuestra misma galaxia huésped. Es algo así como mirar el vecindario para lograr entender lo que pasa en nuestra propia casa. Para mí, uno de los resultados más interesantes dentro de estas investigaciones es que las galaxias suelen estar con discos perturbados, es decir, deformados y no planos, como se afirmaba hasta el momento. Eso implica que la Vía Láctea es un sistema dinámico más complejo de lo que se pensaba y tales perturbaciones dan una idea más clara respecto a la historia de interacción de la Vía Láctea con sus galaxias satélites. 

Estudiar galaxias es una forma de entender nuestra evolución. De alguna manera, reconstruimos la historia de la formación de estos objetos para profundizar el conocimiento general que podemos tener de nosotros mismos. Su análisis nos puede decir cómo nos formamos, cómo nos encontramos en este momento. Y, por qué no, cómo vamos a terminar.

Escrito por

Catalina Urrejola es phD(c) en Astronomía de Universidad de La Serena. Ha trabajado en divulgación científica y fue parte del equipo que detectó por primera vez patrones de corrugación en una galaxia similar a la Vía Láctea, utilizando mapas 2D de velocidad.

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