Juan Cruz Giraldo

El dañino camino para renunciar a la clase media

17.08.2022
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Soñamos con ansias en dejar de ser el jamón del sánguche y, finalmente, ser el pan crocante de la cubierta ¿pero a qué costo? Para los adolescentes de clase media en Chile y el mundo, el exitismo se paga con intereses altos. 

Actualmente, está lleno de series sobre adolescentes que son furor entre los adultos. El más reciente para mí es el caso de Élite, la serie española que va por su quinta temporada y que apenas sale al streaming, alcanza uno de los primeros lugares en cuanto a reproducciones. Pero, además de entender que sus guiones están basados en pura y exclusiva ficción, queda una idea de lo que es la juventud: el viejo y manoseado eslogan del sexo, drogas y alcohol. 

En lo personal creo que, justamente, venden por eso. Porque son una fantasía, una proyección hambrienta de lo que nos habría encantado saborear a esa edad: una temporalidad donde las preocupaciones no son materiales, sino que tienen que ver con lo gutural y primitivo.

Una realidad que para la mayoría de jóvenes de clase media, es difícil de experimentar. 

Doy fe de eso en primera persona. Estudiante de un colegio subvencionado, el primer día de clase apenas pasamos a Primero Medio, escuché de la boca de un profesor con énfasis que la meta era clara: para escapar de la clase media, existían sólo un par de caminos; ser doctor, en primer lugar, o tal vez ingeniero o un reconocido abogado. El camino estaba trazado hace rato y no justamente por los estudiantes, sino que por los adultos a cargo. 

Esas declaraciones fueron una suerte de pitazo inicial de Los juegos del hambre. Y de ahí en más, puse todas mis intenciones en ser el mejor. Mis compañeros automáticamente dejaron de ser compañeros, y se convirtieron en competencia. Por lógica, no todos podíamos ser doctores a la vez. 

El resultado fue preocupaciones en torno al éxito en plena adolescencia, trastornos de salud mental no diagnosticados a tiempo y estrés desbordado. En mi caso; colon irritable a los 13, anorexia nerviosa a los 15 y ansiedad generalizada a los 17, cuando quedaba poco para la prueba de selección. 

Madeline Levine, psicóloga clínica autora del “El precio del privilegio”, hizo una investigación parecida a lo que describo, “Los chicos no sólo quieren ser buenos, esperan ser buenos en todo. Y esto no es increíblemente malo y equivocado, sino muy dañino”. Por su lado, Denise Pope, investigadora norteamericana, lanzó el libro “Haciendo escuela: cómo estamos creando una generación completamente estresada, materialista y estudiantes no-educados”. Su estudio encontró que el 75% de los estudiantes de clases medias en su país había asumido haber copiado en una prueba y el 90% copió alguna tarea. Todo esto bajo el afán de tener buen desempeño.

Pasé noches enteras sin dormir para alcanzar un buen número en las pruebas coeficiente dos. Y en mi caso, en el caso real, el sexo de las series fue reemplazado por resúmenes destacados que se vendían bien los años siguientes en los cursos de más abajo, las drogas por post it pegados por todos lados con las palabras claves para aprobar con distinciones y el rock and roll por clases grabadas que escuchaba de manera repetitiva en la micro 306, mientras hacía mi recorrido de la casa al colegio.

Vi a compañeros pelearse por resúmenes como los míos. Incluso uno de mis mejores amigos perdió parte de su cabello por estrés, mientras pasaba horas en los libros de biología de Santillana. Pero ojo: si te enfermabas por esto, en lugar de preocupar a los adultos, era una muy (mal-leída) buena señal de que estabas esforzándote lo suficiente.

La necesidad azarosa de salir de la temida clase media es brutal. Y el costo que hay que pagar, se paga. 

En Inglaterra, el afán por ascender es tan grande, que el investigador Guy Standing, autor de “El precariado: una nueva clase social”, a quien entrevisté hace unos meses, contaba que la salud mental en la clase trabajadora es tan deteriorada que “las muertes por desesperación”, como acuña él, o sea, suicidios por frustración y deudas, son una cosa de cada día, sobre la que todavía no se toman cartas en el asunto desde las políticas públicas. 

Temas como la realización personal, el amor y la vida espiritual quedan totalmente relegados, convirtiéndose en un privilegio. Y a pesar de que sorteé la mayoría de esos obstáculos, el otro día, mientras compartía una mesa de trabajo con personas que salieron de los mejores colegios del país, esos que tienen auditorios gigantes, piscinas y pistas incluso para hacer atletismo, me di cuenta de que estamos en el mismo lugar físico, pero en posiciones muy diferentes. Porque para poder llegar hasta esa mesa, yo, un joven de clase media, pagué un precio personal alto: una adolescencia fragmentada por el exitismo y la postergación de los errores. Esos que justamente hay que cometer durante esa época.

Hoy, ante esta situación, no me queda de otra que fantasear con las historias que veo en el streaming. Los jóvenes que no fuimos jóvenes y que no podíamos costear errores tal vez seguimos soñando con esa vida caótica, pero tan humana. 

Escrito por

Periodista colombiano y vive en Chile. Es editor general de Pousta y en RitmoMedia escribe sobre salud mental, migración, medio ambiente y cultura pop.

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